Gustavo de Arístegui, diplomático
y fino analista además de una de las caras más atractivas de
esa jaula de grillos, desabordada y sin norte, en que se ha
convertido el Partido Popular (PP) del notario gallego,
acaba de publicar un libro escrito quizás con cierta premura
pero no por ello ayuno de interés, “Contra Occidente”,
editado por la Esfera de Los Libros y que merecería ser
leído y subrayado por ese “Presidente pancartero y con una
kufia en la cabeza”, en palabras de mi estimada Pilar Rahola,
que es José Luís Rodríguez Zapatero durante una de sus
vacaciones: en Doñana o en Los Oscos.
A lo largo de sus 470 páginas Arístegui da un repaso, algo
embarullado pero siguiendo un hilo conductor, a toda la
panoplia de enemigos del llamado Occidente o “Mundo Libre”
(con muchos defectos pero, sin duda, más libre en espíritu y
praxis que el resto de las sociedades), un concepto a medio
camino entre lo geográfico y cultural (Australia y Japón
están bien lejos, pero forman parte del mismo) aunque con
unos parámetros ideológicos bien definidos. Arístegui
detecta, con agudeza, la naciente eclosión de un frente de
rechazo a todo lo que significa el modelo occidental de
vida, tanto dentro como fuera de nuestras fronteras: desde
el fenómeno de los antisistema (que eventualmente, el apunte
es mío, podrían llegar a conformar bajo ciertas condiciones
objetivas algo parecido al movimiento de los bagaudas, en
las postrimerías de la Hispania romana), a un arco
internacional que iría, desde líderes extremistas de corte
izquierdista como el venezolano Chávez, a peligrosos
radicales islamo-fascistas como Ahmadinejad, al frente de la
República Islámica de Irán, autofinanciados por sus reservas
de petróleo. Añadiría que Rusia y su futuro es una
incógnita, de ahí la necesidad (ética y pragmática) de
arrimarla a sus raíces occidentales, incorporándola a las
filas propias, mientras que China es un caso aparte. En el
explosivo cóctel no pueden faltar las mesnadas del
terrorismo yihadista, organizaciones con pretensiones de
controlar “territorios liberados” a modo de santuarios desde
los que lanzarse al ataque; tal serían los casos de los
talibán afganos, el antiguo GSPC (federado a Al-Qaïda) en el
Maghreb, la filial iraní de Hezbolláh en el Líbano o la
Hamás palestina, además de otros movimientos en las
Filipinas e Indonesia. Todos amalgamados, antisistema
anarco-autóctonos, Chavez e islamistas, por el odio común
que nos tienen más que por una ideología común. Arístegui
concluye, a mi juicio de forma demasiado optimista, con que
aun no representan una amenaza global. Yo, a pie de obra y
desde la trinchera, no estaría tan seguro.
Hace años Fukuyama lanzó, torpe y vanamente, las campanas al
vuelo hablando del “Fin de la Historia” (¿?) y del asentado
predominio del modelo occidental, basado en la democracia
liberal y una supuesta economía de mercado, contraviniendo
otros análisis (desde Spengler a Toynbee, pasando por
Huntington) que están por el contrario demostrando su
vigencia. Ya lo escribió, si mal no recuerdo, el poeta P.
Valery: “Nosotras, las civilizaciones, sabemos ahora que
somos mortales”. Bien haría Occidente en tomar nota: otras
culturas e imperios cayeron inopinadamente en el cenit de su
gloria. Y si Occidente, sin duda con sus lacras y miserias,
es batido, que Dios nos pille confesados… con la despensa
abastecida y un buen arsenal a mano, en algún agreste y
remoto lugar. Digo.
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