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OPINIÓN - JUEVES, 15 DE ENERO DE 2009

 

OPINIÓN / EL OASIS

El pánico de los parados
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Si desde hace varios años, por estas fechas, suelo yo escribir de los parados, cómo no iba a hacerlo en este 2009 del que no cesan de decirnos que será mareante el número de desempleados. Como si no merecieran tal calificativo las cifras ya existentes: tres millones de personas sin trabajo.

Todo un drama que se instala en innumerables hogares y que cambia la vida de incontables familias. Del pánico de los parados se suele hablar poco y quienes lo hacen, a veces, no son precisamente personas que hayan pasado por semejante trance. Un mal trance cuya dureza deja heridas que ni el paso del tiempo consigue cicatrizarlas debidamente.

Vivir como parado no es vivir. Es una situación que desasosiega a quien se queda sin empleo. Resulta tristemente trivial en insistir en la transformación que sufren las personas condenadas a salir cada mañana a la búsqueda de un trabajo.

Porque más allá de la inquietud material, el hombre privado de trabajo experimenta una angustia indecible. Se vuelve huraño, irritable, susceptible... Se le acumulan los culpables de su mala situación; duda de sí mismo y de su capacidad. Y un malestar bronco se va apoderando de él.

Todo ello lo pone en disposición de sentirse aludido ante cualquier comentario. Y, claro, salta a las primeras de cambio, herido en su amor propio, consiguiendo que a su alrededor estallen las discusiones por cualquier quítame allá esas pajas. Los hay, no pocos, que tienen un concepto muy distinto de quienes están en el paro.

Pues uno que lo ha vivido, aún recuerda de aquel tiempo la cola ominosa que se formaba ante la oficina donde se acudía a cobrar el subsidio de desempleo. Y cómo la gente pasaba y se quedaba mirando despectivamente a los componentes de la fila. Los había cuyas miradas parecían destilar veneno contra quienes dependíamos, en esos momentos, sólo de la ayuda económica.

Un hombre sin trabajo va de un lado a otro por la casa como un perro abandonado. Y sale a la búsqueda de un empleo cada día y cada día que pasa sin encontrarlo regresa a su domicilio convertido en un fracaso. Un fracaso diario que sólo puede paliar en gran medida su mujer. Los hay que tienen suerte, pero otros perciben la más absoluta soledad. Y llegan a un punto en que no saben lo que hacer. Y aunque la mejor recomendación sea que guarden la cordura y procuren adaptar la vida a las circunstancias negativas por las que atraviesan, no todas las personas consiguen mantener la calma.

Un varón sin trabajo se siente casi emasculado. O sea, como si estuviera castrado. No olvidemos que el mundo del trabajo ha sido concebido, organizado y construido por los hombres. Y hasta hace nada, éramos nosotros los que controlábamos casi exclusivamente su funcionamiento, arrogándonos todos los mandos. Las mujeres trabajaban, ciertamente, pero en la casa. Eran muy pocas las que tenían acceso a las responsabilidades.

El martes pasado, un hombre se acercó a mí para decirme que si podía interceder por él ante una autoridad con posibilidades de colocarle. Y, mientras me explicaba su situación de parado, pude comprobar que su mirada estaba asediada por la tristeza. Por la inseguridad y por un miedo irracional: El pánico de los parados.
 

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