Han transcurrido veintisiete años
desde que un buen día de verano me fue presentado Carlos
Chocrón. No hace falta decir que iba vestido de dulce.
El padrino de la ceremonia fue Eduardo Hernández. Y,
a partir de ese día, Carlos y yo compartimos tertulia en ese
rincón de la barra de la cafetería del Hotel La Muralla, sin
que jamás nuestras distintas opiniones dieran motivos a la
discordia.
De aquellos días, muchas veces los recuerdos afloran y
siento deseos enormes de recrearme en las experiencias
vividas entre personas que tuvieron su momento destacado en
una época en la cual los cambios en España eran tantos como
deseados y a su vez desconcertantes para algunas de ellas.
No obstante, en la tertulia presidida por Eduardo se podía
hablar de todo, siempre y cuando se guardase el respeto
debido y la compostura adecuada.
Eduardo se ganaba a la gente por la amabilidad que
derrochaba. Y es que ser amable cuesta menos trabajo que ser
desagradable, aunque no es fácil complacer a los demás sin
caer en formulismos ridículos. Y nuestro hombre lo conseguía
sobradamente. Así se lo dije a Chocrón y a su esposa,
Alicia, cuando coincidimos el sábado pasado, en la
cafetería del Tryp, y salió a colación el nombre de nuestro
añorado amigo.
Con ellos, con Alicia y Carlos, mantuve unos minutos de
charla muy sabrosos. Y hasta tuve la oportunidad de
enterarme de que ambos son madridistas y partidarios de
Iker Casillas. Alicia estuvo la mar de amable conmigo.
Algo que le vuelvo a agradecer desde este espacio. Y, desde
luego, no tengo el menor empacho en repetirme: es cierto que
siento cierta predilección por la familia Chocrón. Por
razones que no vienen al caso airear.
Hablar de Carlos es hacerlo de una persona espléndida,
educada, amigo de sus amigos, y cuya tendencia ha sido
siempre buscar la perfección en todo cuanto hace. Tarea
compleja y agotadora entre quienes se entregan de lleno a
una labor no sólo con fines materialistas sino con el enorme
deseo de satisfacer a los demás.
Pero Carlos es muchas más cosas. Y, por encima de todas
ellas, es un empresario digno de encomio. Un joyero cumbre.
Un amante de la belleza capaz de hacer posible que su nombre
vaya unido al de Ceuta para bien de una ciudad que recibe
alabanzas merecidas por contar con una joyería que es un
regalo para la vista. Pero hay más: es necesario que alguien
diga, de una vez por todas, que Chocrón tiene un valor
sereno y un amor por esta ciudad que están pidiendo a gritos
el reconocimiento que hasta ahora no le han dispensado.
¿Cómo es posible, me preguntaba una persona que es comedida
en sus manifestaciones, y muy entendida en joyas y, por
supuesto, en negocios de joyerías, que en esta tierra no se
haya distinguido aún la labor de Chocrón? Distinguirla como
es debido... ¿Qué motivo existe para no premiar a alguien
que, estando consagrado en su profesión y sin necesidades
materiales, siga empeñado en ampliar su negocio y todo lo
que ello lleva consigo?
Confieso que me quedé sin respuestas. Tal vez porque a lo
mejor hubiera tenido que hacer comparaciones, siempre
odiosas, según el dicho; pero que a veces son necesarias
para abrirles los ojos a quienes no quieren ver.
En fin, amigo Carlos, procura no leerme la cartilla cuando
nos veamos. Por mi atrevimiento...
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