Todas las guerras son santas. Os
desafío a que encontréis a un beligerante que no crea tener
el cielo de su parte. No recuerdo el nombre del autor de
esta cita. Pero seguro que palestinos e israelíes la
seguirán haciendo suya.
Y por ser santas, de las guerras se discute apasionadamente
y se van formando bandos que toman partido por uno u otro
contendiente. De modo que ello propicia debates encarnizados
y, muchas veces, causantes de disturbios a mucha distancia
de donde la gente se está matando.
Es lo que viene sucediendo, como en tantas otras ocasiones,
en los suburbios de Londres y París, por poner un ejemplo de
dos capitales europeas de tanto peso específico en Europa. Y
donde el mestizaje ha conseguido tantos logros en muchos
aspectos.
Las guerras entre israelíes y palestinos, tan manidas ya,
propicia que el mundo sea menos seguro y que, cada vez más,
nos hagamos a la idea de que un buen día una de esas
confrontaciones terminará siendo el detonante para que se
genere una catástrofe de dimensiones incalculables.
Pero permítanme volver al quid del asunto que me mueve hoy a
hablar de la guerra en el territorio de Gaza. Leído cuanto
me ha sido posible al respecto, y sin necesidad de
trasladarme a los orígenes del odio que ambas partes se
profesan, parece ser que el motivo de esta guerra está en
que Hamás no reconoce la legitimidad del Estado de Israel,
boicotea el proceso de paz, rompe el alto fuego acordado y
no cesa de lanzar cohetes de muy distintos tamaños sobre
territorio israelí.
Si alguien osa decir lo reseñado en una conversación entre
conocidos, seguro que, inmediatamente, recibirá la siguiente
respuesta: “De acuerdo, Hamás es el problema en esta
ocasión... Pero no me negarás que el gobierno de Jerusalén
está respondiendo de forma desproporcionada a semejante
comportamiento. Vamos, que trata de matar moscas a
cañonazos”.
Lo cual hará posible que intervenga un tercero en discordia:
“Hamás es el agresor. Y los hechos lo demuestran: ya que con
la ayuda de Irán y de la milicia chiis de Hizbolah, lanzan
cohetes que alcanzan un radio de acción de hasta 60 Km, y
como comprenderás ello no lo van a consentir las autoridades
de Israel.
Las opiniones ya no cesan. Y el quinto en hablar recuerda
que el Holocausto hace posible todavía que los judíos actúen
a veces de manera que sean capaces de saltarse a la torera
ciertas normas que están prohibidas.
¡Ni hablar...! Parece mentira que opines así, dice la sexta
persona. ¿Acaso esperas que Israel se deje avasallar por la
amenaza de una milicia privada terrorista e islamista que se
cierne sobre su población, infraestructuras, centros
industriales y de negocios, acuartelamientos y polvorines?
Pues no estamos ante un conflicto entre árabes y judíos,
sino entre una democracia y un grupo de extremistas armado y
preparado por Irán. Dejar inerme a Israel es debilitar a
Europa.
Este debate, trasladado a los medios en esta ciudad, es tan
peligroso como permitir que haya manifestaciones cada dos
por tres, relacionadas con una guerra donde mueren más niños
que adultos. Ceuta, donde hemos conseguido conllevarnos,
menudo logro, no necesita que nadie alimente la semilla del
odio porque sí.
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