Son tres las personas que exponen
cómo han vivido las fiestas pasadas. En un momento
determinado, la conversación deriva hacia el secretario
general de Comisiones Obreras. Nada sorprendente, cuando los
periódicos sólo destacan que el presidente de la Ciudad está
en Madrid para reunirse con la cúpula de su partido.
En la barra del bar, amén de los tres contertulios, se
encuentran dos clientes más; uno está en una esquina y
apenas si parece interesarse por nada de cuanto acontece a
su alrededor; el otro, quien escribe, se percata de que los
hablantes han levantado la voz al referirse al sindicalista,
para ver si pica y se suma al coro de los comentarios.
Pero yo me hago el lipendi. Como si estuviera pensando en
las musarañas. Actitud que produce en los charlantes el
estímulo suficiente para redoblar sus intenciones. Así que
levantan aún más la voz para que me entere de que son amigos
de Francisco Márquez, consejero de Hacienda, a quien
Juan Luis Aróstegui ha calificado de mafioso esa
misma mañana.
Pero que si quiere arroz, Catalina. Yo sigo en mis trece...
Es decir, sin darme por aludido. Lo cual produce la reacción
de uno de los componentes del trío: “Usted, señor De la
Torre, sí que conoce bien qué clase de sujeto es el tal
Aróstegui...
-Pues no, mire usted.
-Nadie lo diría... Porque rara es la semana que no le pone
usted verde en su columna.
-Lleva usted razón. Pero lo hago porque el tal Aróstegui se
empeña en decir que todos los medios están vendidos. Lo cual
es una in congruencia, debido a que él los usa más que nadie
para hacerse el artículo a costa de ofender a todos los que
participan en la política activa.
De pronto, en el bar suena la voz grave de quien parecía
estar ausente de cuanto allí se está diciendo. “Aróstegui es
un tipo histriónico que necesita que se hable de él a toda
costa. De lo contrario, se terminaría marchitando como una
rosa. Y usted, Manolo de la Torre, debería ignorarlo. Ya que
citarlo en sus escritos es como regarle su enorme ego”.
Dicho ello, el hombre guardó silencio y volvió otra vez a su
lugar descanso. O sea, regresó a su estado de abstracción.
Mientras los demás nos quedamos cortados... Hasta que yo
reaccioné.
Estoy de acuerdo, total y absolutamente, con que Aróstegui
es un histriónico de tomo y lomo. Un actor en toda regla, a
quien le ha faltado confianza en sus años jóvenes, para
haberse convertido en una especie de Doroteo Martí.
Aunque no comparto la opinión de que mis comentarios acerca
de él le impidan ponerse mustio. De ningún modo.
Y la razón es bien sencilla: Aróstegui gusta tanto de que se
hable de él que, si no le prestásemos atención, saldría a la
calle vestido de lagarterana un día y al siguiente lo haría
paseando una bata de cola a fin de hacerse notar. El
secretario general de Comisiones Obreras necesita ser el
centro de todas las miradas. Y nunca renunciará a ello.
Importándole un carajo, si me permiten la ordinariez, los
medios que haya de usar para lograrlo.
¡Aróstegui tiene la cara muy dura! –dijo el cliente de la
esquina. Lleva usted razón. Pero eso forma parte de su
personalidad.
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