Cuando se cambia la cultura del
verso por la cultura de la pedrada, el caos se sirve en
bandeja y la voz salvavidas del poeta la fusila un batallón
de mentiras. Si ya existía el verso antes de que se
inventara el abecedario, lo mismo sucede con la cultura,
cepa de sabiduría en un universo de corrientes armónicas,
cohabita desde la poesía primera a los poderes últimos. La
cultura es el hombre mismo frente asimismo y frente a los
demás, la tradición que nos avala y la esperanza que nos
sostiene. Quizás tengamos en este momento que forjar una
nueva historia, de ello estoy convencido, reinventar una
nueva vida, activar las ideas del reencuentro y no del
encontronazo. Sin vencidos ni vencedores, con el odio al
odio y la libertad como ejercicio de conocimiento. Hay que
comprometerse para defender a los engañados y también hay
que curar, a través del seguro de la justicia, al engañador
su artimaña de voracidad.
Históricamente, la sapiencia se desarrolló gracias a la
interacción fructuosa entre las diversas religiones y
culturas. Ahora es la hora del discernimiento, que no puede
limitarse sólo al ámbito puramente intelectual; todas las
percepciones merecen consideración para ver las cosas sin
prejuicios ni juicios preconcebidos. Precisamos laboratorios
culturales que entusiasmen, sistemas educativos exigentes y
a la vez flexibles, capaces de abrir nuevas puertas al
estudio como cultivo imprescindible y que posibilite que
todo el que quiera seguir cultivándose pueda hacerlo.
Necesitamos todas las manos de la sabiduría para la paz.
Algo que se consigue mejor si la mente está despierta. Es
necesario profundizar en la conciencia de estar unidos por
un mismo destino que, en última instancia, ha de ser un
destino de culto a la cultura de los pueblos, de laboreo
noble y digno. Al fin y al cabo, a pesar de los avances
junto a los retrocesos, aún sigue vigente lo que Gloria
Fuertes dijo: “Un niño dentro de la madre, / es, hasta
ahora, el único/ trasplante con éxito”.
El “nosotros los pueblos”, sostén que conformó las Naciones
Unidas, concibió la responsabilidad de ofrecer protección.
Los fundadores creían que esa responsabilidad no estribaba
primordialmente en el uso de la fuerza para reinstaurar la
paz y el respeto de los derechos humanos, sino sobre todo,
en la reunión de los Estados para detectar y denunciar los
primeros síntomas de toda crisis y para movilizar la
atención de los gobiernos, de la sociedad civil y de la
opinión pública con el fin de individuar las causas y
proponer soluciones. Mientras muchos siguen preguntándose y
debatiendo sobre los verdaderos orígenes y sobre las
consecuencias de las diferentes crisis humanas, globalmente
crisis de humanidad, las Naciones Unidas y sus miembros
tienen la responsabilidad de enderezar y aderezar lo
desvirtuado. Lástima no se respeten sus consignas de
inmediato. Está visto que el amor no es una mezcla, sino una
prueba, un cultivo cultural donde nada es mío, el amparo que
necesita el mundo. Y los pueblos, en nosotros, han de ser
algo más que una historia de orejas de lobo o de corderos,
deben ser el lugar de todas las culturas y de todos los
cultivos, sin extranjerías de por medio ni exclusiones de
por más.
Quizá la obra educativa que más urge en el mundo sea –como
dijo Ramiro de Maeztu- la de convencer a los pueblos de que
su mayores enemigos son los hombres que les prometen
imposibles. También los amores imposibles son los que más
duelen. Igualmente es imposible ganar sin que otro pierda.
Alguien dijo que la vida sería imposible si todo se
recordase. El secreto está en saber elegir lo que debe
olvidarse. En un mundo, en el que en algunas zonas es más
fácil encontrar armas que alimento, está claro lo que debe
dejarse de lado y lo que debe cuidarse, por ejemplo el
respeto de los tratados de reducción de los arsenales.
Recientemente, asimismo, todos hemos visto cómo es posible
encontrar fondos para salvar un sistema financiero roto
mientras que parece imposible individuar una menor cantidad
de recursos para invertir en el desarrollo de todas las
regiones del mundo. Por este camino de las promesas
ficticias, difícilmente los pueblos del mundo pueden
compartir los beneficios de la mundialización e inyectar en
el mercado mundial los valores y prácticas fundamentales
para resolver las necesidades socioeconómicas.
Se han perdido tantos pueblos en una guerra, que la cultura
de la paz debe ser algo más que un buen propósito, debe ser
la ambición hecha realidad. No se pueden seguir perdiendo
más vidas humanas, lo que exige avivar la luz del verso, que
engloba los derechos humanos, por doquier punto cardinal,
cultivando tolerancia como racimo de adelanto y métodos
éticos como progreso. Por desgracia, la política de
asesinato selectivo de líderes civiles viola las leyes
humanitarias internacionales y se sigue haciendo. La
escalada de conflictos da lugar a la violación permanente de
los derechos de los niños y las mujeres. Ahí está la
vergüenza de los niños soldados. Una renovada sapiencia debe
abrir camino para dirimir las tensiones y estimular la
confianza en el diálogo. Sabemos que con las mimbres de la
insolidaridad es quimérico construir paz alguna. El dolor
del mundo es tan alto que hay que ponerse manos a la obra.
Se precisan hombres y mujeres dispuestos a sudar la gota
gorda por la reconciliación para destronar la guerra, que
manifiesten valor y no violencia, y que formulen la cultura
de encantarnos y emocionarnos, plantando y reimplantando la
armonía como sonrisa y, lo armónico, como rehabilitación
para, así, reintegrarnos a la cultura del verso. Lo que
nunca debiéramos haber dejado de ser, el alma del poema en
un cuerpo de poeta.
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