Quizás nunca se haya usted preguntado, ni siquiera en
Navidad, quien puedo ayudar en el parto a María a la hora de
dar a luz a Jesús, pues bien es sabido que Jesús nació de
forma natural y no de forma “espiritual”, es decir que vino
al mundo tal como vienen todos los niños. Posiblemente los
hombres mayores con su sede en Roma dirán: “El Espíritu
Santo o los Ángeles ayudaron a María en el parto”, pero, no;
esto no sucedió así. El único que ayudó a Maria a dar a luz,
fue José, su marido.
Es posible que en algunas personas surja el asombro y ante
cierta emoción pregunten: ¿Pero cómo pudieron arreglárselas
María y José solos en una situación tan extrema? La
respuesta es con fe, con confianza y con entrega al gran
Espíritu Eterno, pues El dio a ambos la fuerza para que el
Hijo de Dios, el Corregente de los Cielos, pudiese ver la
luz del mundo como niño en un establo de Belén. Dios no hizo
preferencias ni les evitó lo que tenía que acontecer con
dolor. Más tarde algunos pastores o la mujer que les ofreció
el establo, les llevaron algunos alimentos. Una vez más los
pobres.
Si usted es padre o madre o pronto va a convertirse en ello,
piense en cuando llegue el momento de dar a luz y cómo se
sentiría si su hijo hubiese de venir al mundo así como lo
hizo Jesús. Tal vez si revive la situación como si fuera la
suya propia, podrá comprender un poco mejor lo que significó
para María y José hace 2000 años la búsqueda de una posada.
Por favor, no minimice este acontecimiento de dimensiones
grandiosas. No convierta la Navidad en objeto de
sentimentalismo y sensiblería, no lo ridiculice.
Los hombres con sede en Roma sentados sobre sus bienes y
riquezas de incalculable valor, han hecho de la Navidad un
ritual repetitivo que nada tiene que ver con lo que Cristo
desea. Ellos también reciben la llamada a su puerta de
millones de mujeres encinta que tal vez mañana den a luz a
sus hijos. Millones de mujeres en los países
subdesarrollados no saben si podrán alimentar a sus hijos
cuando nazcan ¿Y que hacen los hombres mayores con sede en
Roma los que durante siglos celebran la Navidad con los
mismos rituales, ceremonias y altisonantes palabras vacías?
¿Adonde enviará este gremio de hombres a las mujeres encinta
que llaman a su puerta? Seguro que las Eminencias y altos
dignatarios eclesiásticos incluso su santidad no abrirán sus
puertas engalanadas en oro, como mucho enviarán a estas
mujeres a un hospicio, tal vez a Caritas, posiblemente a una
clínica cercana, suponiendo que hicieran algo; y si así
fuera, con esto, los gastos los pagaría una vez más el
contribuyente.
Los rituales navideños insípidos e inservibles que la
iglesia repite desde hace miles de años, son cada vez
comprendidos y sopesados con discernimiento por cada vez más
personas que empiezan a ver claramente y a pensar de forma
independiente. La pregunta para cada uno puede ser: ¿De qué
me ha servido todo esto en el pasado y de que me sirve en la
actualidad? ¿De qué le sirven a todos aquellos que
aparentemente creen en Dios y que inclinan su cabeza ante el
altar pero que en el fondo siguen siendo los mismos? ¿Qué
han aprendido ellos en la llamada Nochebuena cristiana?
Jesús no nos encomendó la repetición año tras año de las
mismas letanías y liturgias. El nos animó al autoexamen, al
autorreconocimiento y nos habló de la reconciliación, de
paz, de la aplicación del amor a Dios y al prójimo en la
vida diaria. El, Jesús nos recomendó recorrer tomados de Su
mano, el camino hacia Dios, para acercarnos paso a paso a El
y al Padre. Jesús dijo según el sentido: “Haced que la
palabra, Mi palabra se vuelva viva en vosotros”.
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