La noche de fin de año, me gusta
asomarme a la ventana para ver pasar, a todos los miembros y
miembras jóvenes, vestidos co sus mejores galas, camino del
lugar donde tienen pensado pasar la noche, entre baile, copa
y cante. Sí, lo de cante es cierto, ahora se ha puesto de
moda el karaoke, y todos a cantar tratando de imitar a las
grandes figuras del mundo de la canción. No es por criticar
pero, algunos deberían quedarse callados, haciendo sólo
palmas y jaleando al cantante de turno.
Pues como les decía, me encanta asomarme a mi ventana y ver
pasar a todos esos miembros y miembras jóvenes, dispuestos a
disfrutar de la noche. Pero la lluvia, que se podía haber
ido a otros lugares, no dejaba de caer y, por tanto, mi gozo
fue un pozo, al no poder ver, como otros años, el desfile de
todas esas criaturas. Total un fin de año deslucido por
culpa, culpita, de la maldita lluvia.
Al quitarme ese disfrute porque, aunque algunos no lo crean,
me encanta ver a la juventud divertirse, decido practicar el
sofá bol y cuadrarme los ojos ante la televisión.
Como es norma habitual, me dedico a poner en práctica eso de
coger el mando a distancia y pegarle a todos y cada uno de
los botones, a la busca y captura del mejor programa. Pero,
al parecer, por lo visto en las distintas cadenas, todas
están en competencia a ver cuál de ellas nos puede ofrecer
lo peor.
En una valoración, para ver quién de ellas ha sido el
ganador de tal desastre, es imposible que alguna llegue al
aprobado. Los programas aburren a las vacas. Un momento, no
me refiero en ese aburrir a las vacas, a aquella vaca que se
compró para hacer, en nuestra tierra, una empresa de
productos lácteos, que nunca existió. La vaca aquella no hay
un dios que sepa dónde está. Según los entendidos, se marchó
aburrida al encontrarse más sola que la una.
Dicen las malas lenguas que en la creación de esa gran
empresa, que nunca existió, se gastaron veinticinco millones
de las antiguas pesetas, que como la vaca, no hay un dios
que sepa dónde están. Que conste que es lo que dicen las
malas lenguas. A servidor que lo registren. Me limito a
contarles lo que dicen las malas lenguas sobre el asunto de
la vaca y la empresa de productos lácteos.
Así que si es verdad o es mentira lo que dicen las malas
lenguas, aquí habría que cantar aquello de: “dónde están los
veinticinco kilos, matarile, rile, relo / En el fondo del
mar…matarile, rile, lon”. ¡Hay que ver las cosas que dicen
las malas lenguas! ¡Es que hay una “mojarra” en este pueblo
nuestro, de aquí te quiero ver!.
Dejemos a la vaca aburrida y a la gran empresa de productos
lácteos, que nunca existió y volvamos a la tele. Por más que
le pego al mando y a todos sus botones, no encuentro nada
que merezca la pena. ¿Tan difícil es hacer un buen programa
qué no sea, en la mayoría de los casos, enlatado, evitando
que los artistas actúen en una y otra cadena, casi a la
misma hora?.
El programa de la segunda cadena, no merece la pena
comentarlo, era un total despropósito en un día, donde
todos, sin distinción de razas o credos, pedíamos por un
mundo mejor y, sobre todo, por la paz y la prosperidad.
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