Como para casi toda la humanidad, las fiestas navideñas son
una cita en la que la paz, la armonía, la convivencia y los
mejores deseos protagonizan la despedida de un año y la
entrada de otro. Días muy especiales en los que quedar con
los amigos para dar un paseo, comprar regalos para los Reyes
Magos y los reencuentros, emocionan a todo el mundo.
Pero aun más especial es la reunión familiar, sentados ante
un mesa bien cargada de exquisitices en compañía de los
seres más queridos y con los que el resto del año no puedes
compartir esos pequeños momentos que hacen tan felices. Es
el caso de María de los Ángeles y Elías, que en la Navidad
vive el reencuentro con sus seis hijos; dos de ellos,
estudian en la península; otros dos más pequeños, Sacha y
Lilya, llegan desde Ucrania; y las dos mujercitas de la
casa, Laura y Ángeles, adoptada en China. Todos conviven
durante estas fechas tan emotivas y con una sola mirada
expresan en su rostro la satisfacción y la alegría de estar
en el cobijo y el calor del hogar.
“Sacha vino primero hace tres años; no entraba en mis planes
la acogida puesto que ya tenía a mis tres hijos, la pequeña
que recogimos en China y pensábamos que cuando se fueran,
nos íbamos a quedar echos polvo. Pero de casualidad nos
hablaron del tema y nos convencieron porque ellos necesitan
muchísimo cariño, un beso por las noches y convivencia
familiar. De hecho, ellos vienen mucho más mentalizados que
nosotros, sabiendo que son unas vacaciones”, explicaba María
de los Ángeles.
Aunque realmente de quien nació este proyecto intercultural
familiar fue de Elías; “un compañero me lo comentó, que
estaba asociado en Digmun, me explicó que era maravilloso,
lo propuse y todos estábamos de acuerdo. A fecha de hoy,
estoy muy orgulloso como padre”, confesaba.
Hace tan sólo un año, toda la familia decidía acoger también
a Lilya, procedente de un orfanato de Kief, y así la pequeña
Ángeles tendría una compañera, una amiga, una hermana con la
que poder jugar y cometer alguna que otra travesura en las
dos fechas claves en la que los niños ucranianos regresan a
la ciudad; en verano y por Navidad. “Tengo nueve años y hace
muy poquito que hablo español. Me gusta más España porque
vengo de vacaciones pero echo de menos a mis amigas del cole.
Y aquí en Ceuta vamos de compras, vemos la tele y jugamos
mucho”, confesaba la adorable Lilya. Y poco tiempo tardó
Ángeles en añadir unas palabras hacia su hermanita
ucraniana: “es muy guapa y muy buena. Nos queremos un
montón; primero se van, luego vienen otra vez y no hay que
llorar”, comentaba muy simpática la pequeña.
Sacha, que cuenta con más experiencias ya que ha venido a la
ciudad autónoma durante tres años, manifestaba que “me
encanta la playa, aquí he aprendido a nadar, también he
conocido al ratoncito Pérez, que me trajo 10 euros y me
compré muchos coches, y montar en bici”. Y mientras todos
los niños hablaban, contaban sus historias y compartían
risas recordando historias, María de los Ángeles y Elías los
contemplaban embelesados, con mucho amor y ternura, y gran
orgullo no sólo por haber creado una gran familia sino por
haber fundado en todos grandes valores como el respeto, el
cariño y la solidaridad. “Es impresionante la falta de todo
que tienen estos niños, de aseo, de higiene. A Sacha antes
no le gustaba ducharse y ahora le encanta; hasta la ropa la
echa a lavar cada vez que se la pone”, explicaba María de
los Ángeles.
El ambiente navideño, alegre y sensible a la par que
emotivo, rodeaba el hogar de estos ceutíes; un ejemplo a
seguir de buen corazón, compatibilidad y capaces de ofrecer
sin esperar nada a cambio aunque confiesan que “aburrir no
me aburro y me enseñan de todo como por ejemplo la fruta,
que se lo comen todo, incluso el hueso. Nos enseñan a
valorar lo que tenemos porque simplemente llegan con los
puesto. Y cuando se marchan, nos da muchísima pena porque la
casa se queda vacía; son muy cariñosos, están todo el día
dando besos y abrazos”, añadía Laura, hija del matrimonio.
Mientras que Adrián, uno de los cabecillas de la familia,
confesaba que “cuando vengo tengo dos opciones: amargarme o
pasarlo bien con ellos porque estudio en Sevilla y siempre
estoy solo. Lo que más me sorprende es la realidad de la
vida porque lo vemos en la tele y no nos lo creemos. Pero
cuando vienen aquí conocemos las carencias que realmente
padecen y vemos que es verdad”. Según María de los Ángeles y
continuando las palabras de su hijo Adrián, “hay que
implicarse porque es cierto que todo lo vemos por la
televisión, desde fuera, y es muy diferente a vivirlo.
Además tengo muchísima suerte, se lo digo a todo el mundo;
estoy muy orgullosa de todos mis hijos”.
Celebran juntos la Nochebuena, la Nochevieja, la entrada del
Año Nuevo y viven con ilusión la llegada de sus Majestades
de Oriente, y cómo mejor que rodeados de los más pequeños,
quienes con sus sonrisas y sus comentarios inocentes alegran
cada mañana de María de los Ángeles y Elías. Sin embargo, el
momento de la despedida y el regreso a la sombría Ucrania
siempre llega, y con su marcha, siempre hay un hueco para
alguna que otra lágrima. “Saber que están allí y no aquí es
muy duro porque cada uno tiene su propia historia y
normalmente es una tragedia lo que llevan a cuestas estos
niños. Entonces, yo sé que están “bien” porque tienen unas
cuidadoras y se ve que ellos las quieren muchísimo. Pero sé
que regresan a lo malo, a la carencia afectiva, y cuando
vienen o se van, siempre lloramos. Sobretodo la primera vez,
cuando Sacha llegaba tembloroso, muerto de miedo. Pero luego
se adaptó muy bien, y lo mismo ocurrió con Lilya y Ángeles
que la tenemos desde pequeñita”, narraba la mamá, muy
emocionada.
Y claro está, que entre anécdota y anécdota, no faltaron las
risas. “Al principio no entendíamos nada porque sólo
hablaban ucraniano y nos dirían de todo pero es verdad que
aprenden muy rápido, se han adaptado perfectamente y nos
entendemos”, concluían todos muy emocionados.
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