El pasado día 7 de octubre se publicó en el diario ‘El
Mundo’ una columna de opinión de don Fernando Sánchez Dragó,
en la que escribió, refiriéndose a Sarah Palin (candidata
republicana a la vicepresidencia de los Estados Unidos), que
éste “no dejaría de amarla ni aunque fuese tan cobarde como
los soldaditos de las fuerzas de ocupación españolas
destacadas en Afganistán”.
Si esta ofensa viniera de otro me resultaría más sencillo
escribir estas líneas. Pero de usted, don Fernando,
precisamente de usted… No siempre he estado de acuerdo con
sus afirmaciones y teorías, pero le he leído con interés y
su ‘Diario de la Noche’ ha sido mi noticiero preferido. Le
he aplaudido tantas veces como abucheado, siempre sabiendo
que es usted mucho más inteligente y cultivado que yo. Pero
esta vez…
Nos llama “fuerzas de ocupación”, lo cual no voy a rebatir
aunque me disguste por considerarlo un asunto estrictamente
político y perfectamente debatible: usted lo ve así y los
afganos y nosotros lo vemos de otra manera. Lo más grave, lo
que realmente me ha movido a escribirle, es que nos llama
cobardes. Me sería muy cómodo, y es tentador, recurrir al
argumento fácil de mentarle a nuestros 85 muertos en
Afganistán.
Lo haría poniendo el grito en el cielo, clamando por limpiar
su memoria y desbordante de santa cólera por encontrase
entre ellos un amigo mío. Pero eso sería demagogia, a fin de
cuentas los cobardes también mueren y siempre he dicho que
alguien, por el mero hecho de morir, no se convierte en
beato. También admitiré que el hecho de que no seamos unos
cobardes tampoco nos convierte en héroes, ni siquiera a los
que han muerto. El heroísmo es un rasgo bien grabado en los
huesos de la raza española, pero para que salga a la
superficie hace falta algo más que ser un héroe potencial:
se necesita además estar en el lugar apropiado, en el
momento oportuno y realizar un hecho de armas de
extraordinaria bravura más allá del deber.
Hasta el momento, y a pesar de evidentes actos valerosos de
nuestras tropas, eso no ha ocurrido aquí. La realidad, señor
Dragó, es que quienes servimos en Afganistán, los vivos y
los muertos, ni somos héroes ni somos cobardes. Cumplimos
con nuestro deber. Que ese deber nos haya llevado y lleve a
sostener combates contra los insurgentes, a sufrir
emboscadas, a padecer ataques de cohetes en nuestras bases,
a que caigan nuestros aviones y helicópteros o a saltar por
los aires en caminos y carreteras, eso, digo, no nos
convierte en héroes. Pero desde luego hay que tener muchos
cojones para llamarnos cobardes.
Quiero creer que usted se refería a que la política española
sobre Afganistán es de cobardes. Ahí no me meto, ya que como
militar no me está permitido hablar de política en medios de
comunicación. Pero si esa era su intención, hombre de Dios,
¿por qué no criticó al Gobierno? ¿O al Ministerio? ¿Por qué
la tomó con aquellos que han jurado cumplir con su deber
allá donde les envíen?
Nos ha calumniado, don Fernando, y lo ha hecho de forma muy
cómoda porque los agraviados estamos a seis mil kilómetros
de un desquite. Bueno, a algunos los tiene más cerca, a sólo
dos palmos bajo tierra en los cementerios de toda España.
Ah, perdón, que eso es demagogia. El caso es que ha atentado
con falsedad y vileza contra lo más sagrado que tiene un
militar: su honor. No le voy a denunciar, pero le invito a
retractarse igual de públicamente que se expresó.
Sin embargo, si desgraciadamente insiste usted en sostener
como un hecho la cobardía de los militares, sería deseable
que buscara un hueco en su presumiblemente apretada agenda
para que usted y yo nos encontráramos a mi regreso a la
Patria. Así, después de disfrutar del sincero honor de
saludarle y pedirle un autógrafo, tendría usted la
oportunidad de insultarme en persona. A la cara.
Valientemente. Sin cobardías.
Ah, y de “soldaditos” nada. Soldados a secas. A mucha honra.
|