Entre la religión, el folklore y
la ciencia, la Estrella de Belén como apunta Mark Kidger,
miembro del Instituto de Astrofísica de Canarias, “es el más
antiguo de los misterios astronómicos”. Pese a la dificultad
añadida de no poder disponer de una fecha exacta del
presunto nacimiento de Jesús, clave en la celebración
cristiana de la Natividad, sí se han podido ir descartando
diferentes hipótesis: hoy se sabe fehacientemente que, la
famosa estrella, no fue Venus o el planeta Urano, tampoco la
estrella Sirio, una ocultación de Júpiter por la Luna o una
conjunción de Júpiter y Saturno, ni una supernova, el cometa
Halley u otro o la Aurora Boreal y, tampoco, un meteoro o un
asteroide cercano a la Tierra; mucho menos el moderno mito
de un OVNI. Es decir, la Estrella de Belén por razones
obvias no puede ser explicada con criterios científicos.
¿Y los Evangelios, inicialmente una obra judía, expurgados
tras la destrucción del Segundo Templo y, finalmente,
revisados de nuevo por Eusebio de Cesárea (encargo de
Constantino) para el I Concilio de Nicea, a fin de presentar
un texto único…?. Porque en ellos solo encontramos dos
referencias al misterio, en propiedad, de la Natividad: la
más completa es la versión del Evangelio atribuido a Mateo,
encontrándose también algunos versículos en el Evangelio de
Lucas. Mateo nos habla del nacimiento del Rey de los Judíos
(causa ésta finalmente de la ejecución, política de Jesús,
por orden de Roma) y de unos magos (no reyes) que venían a
adorarle siguiendo una estrella…; Lucas nos pinta una imagen
idílica, con los rebaños pastando por la noche en el campo
cuidados por sus pastores… lo que descarta el nacimiento en
invierno, apuntando a la primavera. En cuanto al contexto
histórico de los textos evangélicos, se alude a: el reinado
de Herodes, Cirinio gobernador de Siria y la elaboración de
un censo de población en la época del emperador Augusto,
quien dicho sea de paso ordenó la realización de tres
censos, con criterios tributarios, en sus cuarenta años en
el poder: en el 28 y el 8 antes de la Era Común y en el 14
después de la Era Común. O sea que, en todo caso, el cómputo
de nuestro calendario elaborado por el monje Dionisio El
Exiguo no es correcto.
Por lo demás el 25 de diciembre es una fecha claramente
pagana, cristianizada (como tantas otras) más tarde,
conmemorando el solsticio del invierno, el renacimiento del
Sol que ha sido celebrado inmemorialmente por la humanidad
asociándolo, en diferentes culturas, al nacimiento de
dioses. Son los casos de Buda en Oriente, Mitra en la India,
Horus en Egipto, Dionisio en Grecia y Baco en Roma. ¿Muchas
casualidades, no?. La Navidad empezó a celebrarse hacia
mediados del siglo IV (con el Imperio Romano, tras el Edicto
de Milán, en fase de cristianización), arropada por los
monjes Juan Crisóstomo y Gregorio Nacianceno,
oficializándose en España en el año 380 tras ser aprobada
por un concilio en Zaragoza. Otras comunidades cristianas la
celebran en otras fechas: coptos y griegos la festejaban
inicialmente el 8 de enero, mientras que la Iglesia Armenia
sigue haciéndolo el 6 del primer mes del año. ¿Belenes y
villancicos…?. Verán, datan de la Edad Media y el arbolito,
por cierto, es de raigambre germana remontándose al siglo
XVIII. En todo caso, ciertamente, es una fiesta entrañable.
Disfrútenlas en paz con los suyos. Y sean buenos.
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