Al igual que todos los años por
nochebuena, el Rey se ha dirigido a todos los españoles en
su tradicional discurso. De entre lo dicho, que fue mucho e
intenso, subrayo las palabras dirigidas a suscitar una
cultura política de ilusión, unidad y responsabilidad para
despertar el interés por los asuntos públicos. Me parece un
extraordinario aviso para todos, pero sobre todo para
aquellos que concurren a la formación y manifestación de la
voluntad popular.
Hace falta una cultura política de ilusión que respete a las
personas, bajo el deseo de buscar una síntesis entre la
unidad y la diversidad. Realmente, cuando falta el anhelo de
lucha o falla la utopía difícilmente se puede avanzar. La
unidad de nuestras comunidades autónomas no es una simple
quimera ciudadana, sino irremediable mandato del destino de
un país. La propia participación en la vida política exige
una coherente responsabilidad hacia el bien común y hacia
esa unión, tan precisa como necesaria. Alianza que no puede
estar ausente en ningún momento. No lo estará en la medida
que propiciemos un mundo de gentes sinceras. La política de
la mentira, de la pasividad, incapaz de oponerse a las
raíces de las injusticias, pienso que se nos ha instalado en
el cuerpo más de lo debido, algo que es funesto para toda
sociedad; puesto que socava la confianza entre los
individuos y rompe el tejido de las relaciones sociales. Con
la falsedad, la desunión está servida en bandeja. Nadie se
fía de nadie.
También se ha referido a otros problemas sensibles como la
discapacidad, las graves enfermedades, la drogadicción, la
violencia de género o los accidentes de tráfico, para los
que ha pedido los mayores desvelos, así como para asegurar
los derechos humanos, la dignidad e igualdad de las
personas. También todas las políticas, todos las
instituciones, toda la ciudadanía, ha de implicarse con
desvelo en mejorar la solidaridad con sus propios
conciudadanos y entre sí. Avivar la cultura de la donación,
promoviendo la vida familiar o las asociaciones de
voluntariado, es una buena manera de convivir compartiendo.
Frente a esa solidaridad que nunca llega o llega tarde, debe
prevalecer un modelo de Estado de auténtica solidaridad. Y
ahí los políticos han de dar el todo por el todo. En
nuestras sociedades no basta la ley del mercado y la
globalización; hay que tener en cuenta otros valores como el
apoyo y la adhesión de unos para con otros. Al fin y al
cabo, necesitamos un desarrollo con equidad. También una
política con conciencia política, es decir, con deseos de
sanar los males, con la claridad debida y los medios
necesarios para resolverlos. Y todos a una, en una misma
dirección.
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