Navidad es la fiesta del verso y la palabra, de la vida y de
los sueños, del amor y de la familia, de la luz que enciende
la lámpara de villancicos como manifestación de alegría. Por
doquier que uno mire la poesía se injerta en nuestra mirada
y prende en el corazón emociones diversas. Los poetas,
escritores y artistas de todas las épocas, y de todas las
naciones, han plasmado su visión deslumbrante y
deslumbradora del momento. Así, el romance del Nacimiento de
San Juan de la Cruz, es un verdadero asombro de lo
acontecido: “el llanto del hombre en Dios, / y en el hombre
la alegría”. Como hoy también es un verdadero pasmo el
nacimiento de muchos niños que nacen ya condenados a sufrir,
sin culpa, las consecuencias de conflictos inhumanos. Como
los pastores, hagamos el camino literario a la
globalización, no hacen falta tantos convites, quedémonos en
silencio ante el ruido, fijando la mirada en el horizonte de
un recién nacido mundo posible, lo será si el amor espiga
como el verso, y luego vendrá la paz como camino que
comienza con una sonrisa. Los Estados deberán declarar que
no hay dinero para armas, mientras no se sacie el hambre de
justicia que cohabita en la tierra. Hay motivo para hacerlo…
Jesús, el dulce, viene… -como siempre- de la mano de Juan
Ramón Jiménez:
Jesús, el dulce, viene...
Las noches huelen a romero...
¡Oh, qué pureza tiene
la luna en el sendero!
Palacios, catedrales,
tienden la luz de sus cristales
insomnes en la sombra dura y fría...
Mas la celeste melodía
suena fuera...
Celeste primavera
que la nieve, al pasar, blanda, deshace,
y deja atrás eterna calma...
¡Señor del cielo, nace
esta vez en mi alma!
Al mundo le hace falta esa estrella de Navidad, no una
cualquiera, la que irradió en la humildad del pesebre. El
desconocimiento propio de lo que se es, forja soberbia; pero
el desconocimiento de Dios, crea desesperación. Amado Nervo
nos anuncia esa buena noche de nochebuena, donde todo es
renacer. En esta vida, alguien ya dijo que debemos morir
varias veces para después retoñar. Y las crisis, aunque
atemorizan, nos sirven para cancelar una época e inaugurar
otra. También en esta Navidad, nuestros corazones volverán a
estar preocupados e inquietos por la persistencia de crueles
noches sin luz en muchas regiones del mundo. Para muchas
personas, es cierto, no habrá nochebuena. Quizás esta
evocación nos tranquilice, la genera el icono de la Navidad,
donde un recién nacido frágil, las manos de una mujer
envuelven con ropas pobres y acuestan en el pesebre. Lo
cierto es que nadie permanece pasivo ante esta lección de
humildad y vida. Uno debe ser tan humilde como el polvo para
poder descubrir el verso de la vida, porque esta vida es un
poema irrepetible al que hay que llenar de versos, que es
una forma de saber que vivo.
La luz del cielo baja,
el Cristo nació ya,
y en un nido de paja
cual pajarillo está.
El Niño acostado en la pobreza de un pesebre: esta es la
señal de Dios. Pasan los siglos y los milenios, pero queda
el signo, y vale también para nosotros, hombres y mujeres
del tercer milenio. Es la rúbrica de esperanza para todo el
mundo globalizado, para toda la familia humana: lema de paz
para cuantos sufren a causa de todo tipo de conflictos; voz
de liberación para los pobres y los oprimidos; mensaje de
humanidad para quien se encuentra encerrado en el círculo
vicioso de no quererse él mismo; huella de amor y de
consuelo para quien se siente solo y abandonado. La emoción
de María Madre es tan poética, que la fuerte de Gloria
Fuertes puso el alma y escribió la visión:
La Virgen,
sonríe muy bella.
¡Ya brotó el Rosal,
que bajó a la tierra
para perfumar!
La Virgen María
canta nanas ya.
Y canta a una estrella
que supo bajar
a Belén volando
como un pastor más.
Tres Reyes llegaron;
cesa de nevar.
¡La luna le ha visto,
cesa de llorar!
Su llanto de nieve
cuajó en el pinar.
Mil ángeles cantan
canción de cristal
que un Clavel nació
de un suave Rosal.
La Navidad es la poética de la paz por excelencia. Se eleva
hoy un llamamiento apremiante para que el mundo no caiga en
las garras de la inseguridad, de la sospecha y la
desconfianza, porque el fenómeno del terrorismo mundial
también se ha globalizado. Los creyentes de todas las
religiones, junto con los hombres que no creen, pero que
creen en la civilización como tal, estamos llamados a ser
constructores de libertad y arquitectos de justicia, para
detener por fin la inútil obra de ciega violencia que ronda
por todos los puntos cardinales del planeta. ¡Qué la
humanidad acoja el mensaje de sosiego de la Navidad!, es una
máxima que siempre han trasladado todos los poetas de todos
los reinos. “¡Noche de paz, / noche de amor!” –dice el
Villancico.
En el establo de Belén el cielo y la tierra se tornan
alianza, verso en el verso. El cielo vino a la tierra como
un poema salvavidas. Por eso, de allí se difunde una luz
edénica para todos los horizontes y tiempos; por eso, de
allí mana y emana el gozo de sentirse verso en el poema.
¿Qué es esto del cielo? Y ¿dónde está el cielo? San Agustín
nos lega una respuesta sorprendente. Que estás en los cielos
significa: en los santos y en los justos. El cielo no
pertenece a la geografía del espacio, sino a la geografía
del corazón. Y el corazón de Dios, en la Noche santa, ha
descendido hasta un establo: la humildad de Dios es el
cielo. El poema no puede ser más visible: salir al encuentro
de esta sencillez es como tocarlo. Ya nos gustaría que, en
el mundo, se instalase como último fin de la cultura la
sobriedad, frente a la fastuosidad que nos esclaviza.
Gabriela Mistral nos poetiza el instante preciso:
Al llegar la medianoche
y romper en llanto el Niño,
las cien bestias despertaron
y el establo se hizo vivo...
¡Y era como un bosque todo
el establo conmovido!
Belén arrastra y conmueve. Luís Rosales, a propósito,
escribe: “Sentí decir ¡Belén! y un inseguro/ empuje me
arrastró… y me encontré mirando, / sintiéndome nacer, recién
nacido, / junto al rostro de Dios que sonreía”. Juan, en su
Evangelio, fijándose en lo esencial, ha profundizado en la
breve referencia de san Lucas sobre la situación de Belén:
“Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron” (1,11). Esto
se refiere sobre todo a Belén: el Hijo de David fue a su
ciudad, pero tuvo que nacer en un establo, porque en la
posada no había sitio para él. Se refiere también a Israel:
el enviado vino a los suyos, pero no lo quisieron. En
realidad, se refiere a toda la humanidad: Aquel por el que
el mundo fue hecho, el Verbo creador primordial entra en el
mundo, pero no se le escucha, no se le acoge, no se le
recibe. Al hilo de lo anterior, surgen también estos
interrogantes: ¿Tenemos tiempo y espacio hoy para Dios?
¿Tenemos tiempo y espacio hoy para el prójimo? ¿Tenemos
tiempo y espacio para nosotros mismos? ¿Tenemos tiempo y
espacio para nuestra familia? Según la visión de Gregorio,
el establo del mensaje de Navidad representa la tierra
maltratada. Cristo no reconstruye un palacio cualquiera al
nacer. Él vino para volver a dar a la creación, al cosmos,
su belleza y su dignidad: esto es lo que comienza con la
Navidad y hace saltar de gozo a los poetas. Lope de Vega
versifica la emoción:
¿Qué tenéis, dulce Jesús?,
le dice la Niña bella;
¿tan presto sentís mis ojos
el dolor de mi pobreza?
Yo no tengo otros palacios
en que recibiros pueda,
sino mis brazos y pechos,
que os regalan y sustentan.
La señal de Dios es la naturalidad en presencia viva, el
Niño que nos vuelve a la poesía y que nos envuelve en la
poesía, que se hace pequeño por nosotros. Éste es su modo de
reinar. Gran ejemplo para el mundo de hoy. Él no viene con
poderío, tampoco ostenta título alguno y grandiosidad
externa. Viene como niño inerme y necesitado de nuestra
ayuda. No quiere abrumarnos con la fuerza estética de su
luz. Nos evita el temor ante su luminosa grandeza. Pide
nuestro amor: por eso se hace niño y nos vuelve poetas. No
quiere de nosotros más que nuestro amor, anidado y anudado
en el verso y la palabra, a través del cual aprendemos
espontáneamente a entrar en sus sentimientos, en su
pensamiento y en su voluntad: aprendamos a vivir con Él y a
practicar también con Él la humildad de la renuncia que es
parte esencial del poema existencial, que es un todo y en el
que todos somos parte. La temática del villancico del
Rifador de Gerardo Diego, lo que pone de manifiesto, es la
hondura de los hechos:
¿Cuánto me dan por la estrella y la luna?
¿Cuánto me dan por el Niño y la cuna?
Este es un Niño sin padre ni abuelo,
este es un Niño nevado del cielo.
....
Este es el Niño que viene a dar guerra,
viene a dar paz por amor de la tierra.
Navidad también se ha convertido en la fiesta de los
regalos. Esto en principio no es malo. Lo malo es cuando
olvidamos el verdadero regalo: darnos mutuamente algo de
nosotros mismos a los demás. Darnos mutuamente nuestro
tiempo a los que nos piden auxilio. Abrir nuestro tiempo al
amor. Qué mejor tiempo que el amor de amar amor. Así nace el
gozo, superior a la alegría. Y se interioriza una paz
indescriptible, también superior a la fiesta. Y en las
comidas de estos días recordemos a ese pobre con el que no
queremos ni cruzarnos. ¿Por qué no invitarlo a nuestra mesa?
Y a la hora de hacer dádivas no has de regalar sólo a los
tuyos, sino también a los que nadie hace regalos ni pueden
darte nada a cambio. Así ha actuado Dios mismo: Él nos
invita a su banquete de bodas al que no podemos
corresponder, sino que sólo podemos aceptar con alegría.
José Mª Pemán, en su villancico de las manos vacías, nos
pone en guardia al respecto y nos da un consejo que puede
servirnos para el momento:
Yo tenía
tanta rosa de alegría,
tanto lirio de pasión,
que entre mano y corazón
el Niño no me cabía...
Dejé la rosa primero.
Con una mano vacía
- noche clara y alba fría -
me eché a andar por el sendero.
Dejé los lirios después.
Libre de mentiras bellas,
me eché a andar tras las estrellas
con sangre y nieve en los pies.
Y sin aquella alegría,
pero con otra ilusión,
llena la mano y vacía,
cómo Jesús me cabía
- ¡y cómo me sonreía! -
entre mano y corazón.
En suma, que tomando la visión literaria de la Navidad como
estrella, uno se da cuenta que para sentir el gozo de la
alegría, no hacen falta grandes pertenencias ni grandes
derroches. Tan importante como el pan son los versos que
sustentan el alma. Y estos poetas, como tantos otros poetas,
refrendaron con sus poéticas que, la luz divisada por los
pastores, es la visión de un poema eternamente amoroso. En
el Nacimiento de San Juan de la Cruz se produce el hallazgo
del gozo. En Juan Ramón Jiménez: Jesús es el niño que se nos
ha dado y todo se vuelve dulce. Amado Nervo describe la luz
del cielo como luz de vida y todo desde la sencillez. Gloria
Fuertes nos invita a compartir la emoción de María Madre.
Para Gabriela Mistral al romper en llanto el niño revivió la
vida. A Luís Rosales, Belén le impulsa e inquieta. Lope de
Vega romancea sobre la emoción con la llama del verso.
Gerardo Diego ve en el niño un profeta de paz, que al nacer
ha escondido su divinidad para compartir nuestra frágil
naturaleza humana. José María Pemán se siente lleno de
llevar a Jesús entre mano y corazón. Estos poetas, cuyos
versos he tomado al azar, como pudieran ser otros, son
visionarios de una Navidad de encuentros con Aquel (el Niño)
que viene para enseñarnos el camino del verso, que no es
otro que el camino del amor. Hay dos maneras de transmitir
esta poética luminosa... ser la autenticidad que la emite o
el espejo que la refleja.
|