En estos pasados días, me he sentido satisfecho en cuanto a
la honestidad y sencillez de la homilía de Benedicto XVI, en
el sentido de poner las cosas claras y llamarles por sus
propios nombres en su viaje a Francia.
Al dirigirse a los periodistas durante el vuelo a Paris, les
habla de la “laicidad”, entre otras cosas. De ello no he
podido eludir ni pasar por alto el emitir este valiosísimo
mensaje del Papa, y por así decir meter la cabeza debajo del
ala como el avestruz.
Por tanto, en la rueda de prensa que concedió el Santo Padre
a la prensa, en el mismo avión que le trasladaba a Paris,
uno le preguntó por el “espíritu” con el que comenzaba el
viaje”. Respondió: “No voy a encontrar milagros.
Voy a Lourdes para encontrar el amor de Nuestra Madre que es
la verdadera curación de todas las enfermedades, de todos
los dolores. Voy para ser solidario con todos los que
sufren”.
Respecto al mensaje que diría a los franceses, y si la
laicidad es la causa de perder la identidad cristiana en
Francia, el papa dijo que, hoy me parece evidente que la
laicidad, de por si, no está en contradicción con la Fe.
Diría incluso que es un punto de la Fe, puesto que la Fe
cristiana, desde sus comienzos, era una religión universal,
y por tanto, no identificable con un estado (…). Para los
cristianos ha sido siempre claro que la religión y Fe no
están en la esfera política, sino en otra esfera de la vida
humana. La política, el Estado, no es una religión, sino una
realidad “profana” con una misión específica. Las dos
realidades deben estar abiertas la una a la otra.
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