Parece ser que a alguien le interesa en estos momentos tirar
de la manta sobre partidos amañados y han salido a relucir
dos cuyos resultados tuvieron en su día influencias
decisivas para que terceros equipos en discordia vieran
cercenadas sus posibilidades de mantener la categoría o de
ascender.
El primero fue el que jugaron Levante-Athletic en la
temporada 2006-2007. Ganaron los vascos por 2-0 y este
resultado les proporcionó su permanencia en la División de
Honor y le costó al Celta el descenso. El segundo, en la
temporada 2007-2008, tuvo como protagonistas al Málaga y al
Tenerife. Ganaron los malagueños y la Real Sociedad siguió
siendo equipo de Segunda División A.
Debido a declaraciones telefónicas grabadas a varios
protagonistas de aquellos partidos, los medios han visto un
filón en ellas y no han dejado de enredar hasta el punto de
que los políticos, siempre atentos a participar en asuntos
donde poder figurar mucho sin el menor desgaste, han
comenzado a decir que apoyarán cualquier investigación
porque este tipo de prácticas debe erradicarse del deporte y
así hasta que nos terminen contando el cuento de alfajor.
Al final todo quedará en agua de borrajas. Pero si hay algún
escarmiento tengan ustedes la completa seguridad de que el
castigo recaerá sobre los jugadores Iñaki Descarga y Jesús
Antonio Mora ‘Jesuli’. Por irse ambos de la lengua ante
personas que les ofrecían confianza y que buscaban, sin
embargo, paliar en gran medida los fracasos de una gestión
carente de éxito.
Ni me extraña ni me sorprende lo acontecido. De ningún modo.
Lo que sí me parece calamitoso y ridículo es que los
periodistas no sepan que fue en España donde se descubrió el
primer soborno de Europa y que sí intervino un juez en el
caso donde fue posible coger con las manos en la masa a los
sobornadores. Por ello he decidido que se publiquen estas
fotografías, como ilustradoras del texto, que evidencian lo
sucedido en Palma de Mallorca, en la temporada 75-76. Siendo
quien escribe el entrenador del equipo bermellón. Finalizado
este largo introito, vayamos con el relato del triste hecho
acaecido.
El Real Mallorca de la temporada 74-75
Era un equipo venido a menos en todos los sentidos. Aunque
seguía siendo algo más que un club para los palmesanos. Pues
ser presidente del equipo bermellón era la aspiración de
mucha gente. Pero se necesitaba mucho dinero o mucha osadía
para hacerse cargo de las deudas que arrastraba la
institución tras haber dimitido el barón De Vidal. Un rico
que se había cansado ya de poner dineros sin recibir a
cambio satisfacciones de ningún tipo.
Antonio Seguí fue el atrevido que dio el paso adelante y
accedió a la presidencia convencido de que iba a poder
resolver la enorme papeleta que le habían endilgado el
extravagante De Vidal. Era Seguí un constructor de nueva
hornada que había hecho fortuna construyendo en tierras de
Granada y quería darle lustre a su apellido y darse a
conocer, en la mejor sociedad mallorquina. Y para ello, en
aquel tiempo, nada mejor que dirigir los destinos del ‘mallorqueta’.
El Mallorca contaba con una plantilla compuesta por
futbolistas procedentes de la Primera División y estaba
situado en los últimos lugares de la clasificación en una
Segunda División A muy fuerte. Muchos de ellos tenían un
contrato alto, en aquel tiempo; pero a medida que pasaban
los meses se daban cuenta de que ni cobraban los atrasos de
la temporada anterior ni tampoco veían un duro en la
presente. Se tenían que contentar con los anticipos que
habían alumbrado la llegada del nuevo presidente: el ya
reseñado Seguí.
La temporada 74-75 era yo el entrenador del Algeciras.
Cuando un buen día recibí la llamada de Marc Verger; jefe de
deportes del ‘Diario de Mallorca’ y que se conocía al
dedillo mis andanzas como entrenador de quien decían estaba
especializado en salvar equipos del descenso. No en vano yo
había hecho ya de ‘milagrero’ en diferentes sitios; entre
ellos estaban Las Baleares.
Dado que yo no me encontraba a gusto en Algeciras, pacté con
Pepe Turrillo, entonces secretario técnico del conjunto
rojiblanco, mi salida del equipo; perdonando parte de mis
honorarios para que me fuera posible, días más tarde,
arreglar mi paso al Mallorca como traspasado. A fin de
evitar la traba que impedía ser entrenador de dos equipos en
la misma temporada. Si bien en mi caso, existía un punto a
mi favor: procedía de un equipo inferior y, por tanto, podía
acogerme a la disposición que había para incorporarme a uno
superior, siempre y cuando abonara el traspaso convenido al
club de procedencia.
La llamada del Mallorca se produjo dos semanas después de
arreglar mi situación con los algecireños y allá que llegué
al Luis Sitjar para hacerme cargo de un equipo roto en todos
los sentidos y de una plantilla donde hasta los jugadores
más disciplinados no atendían a razones porque cobraban
tarde y mal.
Sustituí como entrenador a César, famoso ex jugador del
Barcelona. Y también le dieron la boleta a Saso; legendario
portero vallisoletano, que llevaba años ejerciendo de
secretario técnico en el equipo. Desde el primer momento
puse en práctica mis métodos de trabajo, en casos así, que
tan buenos resultados me habían dado siempre, y que los
jugadores aceptaron de muy buena gana.
Tal es así, que tras haber visto al equipo naufragar en
Castellón, conseguimos ganarle un partido decisivo al
Sabadell, todos los partidos tenían ya esa vitola, y
logramos empatar frente al Valladolid en Zorrilla, causando
una impresión inmejorable. Tras otra victoria frente al San
Andrés, entrenado por Domingo Balmanya, esperábamos la
visita del Orense. El último del pelotón de los torpes. Y
esa semana, en medio de la euforia general, alguien se
descolgó pidiendo una suma desproporcionada de dinero a
cambio de otorgarme el documento como traspasado al
Mallorca. Me negué en redondo a aceptar el chantaje. Lo cual
fue aprovechado por un asesor del presidente, ex jugador del
Mallorca de los tiempos gloriosos, para aconsejarle que el
club no debía pagar lo más mínimo por mí, y el colegio de
entrenadores me impidió, bajo amenaza, no sólo sentarme en
el banquillo sino ocupar cualquier cargo técnico en el club.
La vieja gloria del Mallorca ofreció los servicios de Vera:
portero que había sido del Gijón entre otros conjuntos y que
hacía sus primeros pinitos como entrenador, con tan mala
fortuna que le tocó descender al histórico ‘mallorqueta’. Ni
decir tiene que todos los medios y, sobre todo la afición,
pusieron el grito en el cielo y se acordaban de mí a cada
paso.
Descendido el equipo, y arruinado económicamente, el
presidente es perseguido con saña en la prensa y lo primero
que hace es llamarme para que vuelva a la Isla y haga una
plantilla adecuada a la Tercera División –aún no existía la
Segunda División B-. Eso sí, las deudas eran tantas que el
presupuesto distaba mucho de estar en consonancia con el
nombre del equipo y de sus aspiraciones.
Mi vuelta fue celebrada por casi todos y logré confeccionar
una plantilla con cuatro o cinco jugadores de la temporada
anterior y muchos nuevos y procedentes de categorías
inferiores. Jugadores que, deseando pertenecer a un equipo
de tanta solera, facilitaron su contratación. Ni que decir
tiene que yo volvía ya con conocimientos sobrados de cómo
era el club y lo que se cocía alrededor de una sociedad
venida a menos pero que seguía siendo apetecida por muchos
aventureros con deseos de hacerse notar.
Temporada 75-76
El Grupo III de la Tercera División era fortísimo. Y el
Mallorca, gracias a su nombre, era considerado como favorito
entre equipos de mucho fuste también y, desde luego, con
economías más boyantes en esa época. Destacados eran
Levante, Gerona, Sabadell, Lérida, Mestalla, Villarreal,
etcétera. Lo cual ayudaba muy poco a la labor que se me
había encomendado. Y es que por todos los campos se nos
recibía como a un equipo grande, con los inconvenientes que
ello ocasiona, mientras que en los despachos más que
ignorarnos se trataba por todos los medios posibles de
zaherirnos. Empezando por la Federación Balear de Fútbol,
cuyo presidente, Sebastián Alzamora, tenía entre ceja y ceja
al presidente del Real Mallorca, Antonio Seguí y, sobre
todo, al directivo Forteza: vieja gloria y reputado capitán
del Mallorca cuando militaba en la División de Honor.
Durante meses, por más que cobrar resultaba una tarea de
titanes, el Mallorca permanecía en los primeros puestos de
la clasificación. Porque habíamos conseguido convertir
nuestro campo en un fortín. Fuera, ante el ambiente tan
adverso que existía contra nosotros, por ser el Mallorca,
los jugadores menos expertos bajaban su rendimiento. Aunque
ello no fue óbice para mantener las aspiraciones hasta ya
avanzada la segunda vuelta.
Pero fue en ese tiempo, dado que ya no se cobraba mal sino
que no se cobraba nada, cuando la desmoralización cundió de
manera absoluta. Y es que el presidente, alegando motivos de
trabajo, lejos de Palma, dejó el club a merced de todos los
cuervos que estaban al acecho de los despojos. Lo cual
propició la siguiente historia.
Historia de un soborno
Tan caóticas circunstancias económicas, me dieron la
oportunidad de convertirme en el paño de lágrimas de la
plantilla. Y cada día llegaba al campo con el discurso
apropiado para elevar la moral de los jugadores, al menos,
mientras se entrenaban. Los que disfrutábamos de algunos
ahorros prestábamos a los más necesitados y, de esa manera,
conseguíamos evitar algo a lo que yo siempre le tuve horror:
el encierro de los jugadores en el vestuario. Una medida que
aborrecía. Porque, si ya es lamentable verse privado del
salario, me parecía, y me sigue pareciendo, denigrante tener
que refugiarse en un cuchitril, tantas y tantas horas, para
airear semejante desgracia.
En vista de mi comportamiento, Martín de Mora, toda una
personalidad en Palma como empresario de hostelería y
símbolo como portero en la Primera División, compartiendo la
portería con Zamora hijo, reunió a lo más granado del
deporte mallorquín, en un hotel de su propiedad, para
imponerme el escudo de oro del club. Esa noche, repleta de
emociones y de buenos propósitos, se vio empañada al día
siguiente cuando la plantilla me alertó, por medio del
capitán, Mariano (madrileño que había logrado jugar en el
equipo de sus amores, el Atlético de Madrid), de que a un
jugador nuestro, tan modesto como escaso de preparación, le
habían dado un recado para sus compañeros: si os dejáis
perder contra el Mestalla, en el Luis Sitjar, os haremos
entrega de medio millón de pesetas.
Nosotros, aun ganando los tres encuentros que quedaban, ya
no podíamos ascender. Y, aunque los jugadores y empleados
llevábamos tres meses sin ver un duro, mi consejo fue que
desecharan cualquier contacto con los sobornadores. Y a
partir de entonces, obligado por actuaciones oscuras de
personajes relacionados con el fútbol, no tuve más remedio
que adentrarme en la senda que me condujera a los autores de
tamaña fechoría. Cuando obtuve sus nombres y me percaté de
la trama urdida, no sólo con el fin de salvar al Mestalla
del descenso sino de hacer posible el descenso del Real
Mallorca, por castigo federativo, me armé de paciencia y con
cierta astucia, no exenta de valor, llegué al fondo de la la
cuestión.
Ahora bien, las trazas que me di para convencer a los
sobornadores de que el camino estaba despejado, a fin de que
se pudiera descubrir que la corrupción estaba instalada en
las alturas, las haré públicas en otra ocasión.
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