Ml ministro de Cultura, César
Antonio Molina, quizás pensando en que la cultura es un buen
refugio para los tiempos de crisis y para salir de la
adversidad, acaba de tirar de veta para presentar un pomposo
método que active nuestras adormecidas industrias
culturales. Hasta ahora más bien parecen ser flor de un día,
mientras dura la subvención. Confiamos también que esa
actuación ministerial marque un antes y un después,
haciéndola extensiva a la diversidad y, de una vez por
todas, premiar el culto a la voz de su amo sea agua pasada
que ya no mueve molino. ¡Qué gran noticia!
Sin duda, el reto del titular de la sapiencia debe ser
generar pensamiento, propiciar ideas en un mundo plural,
donde nadie, ni tampoco industria cultural alguna, que lo
sea en verdad, quede en fuera de juego. Un diálogo que
supone avanzar, hacer que las personas acepten no sólo la
existencia de la cultura del otro, sino que también deseen
enriquecerse con ella. Y, asimismo, también se debe evitar
ceder al relativismo y al sincretismo y debe ser animado por
el respeto sincero a los otros y por un generoso espíritu
comprensivo.
A la hora de subvencionar a esa industria cultural, que
constitucionalmente los poderes públicos han de promover y
tutelar, habrá que ver tanto su línea de actuación como su
cadena de valor. Habrá que discernir lo qué es cultura de lo
qué es propaganda, por ejemplo. Téngase en cuenta que es
dinero público. Apoyar sin complejos la cultura como
cualidad distintiva de la ciudadanía, portadora de
identidad, valores y significados, será un gran avance. De
cara a los tiempos actuales, avivar este cultivo es tan
preciso como necesario, puesto que es un mecanismo de
cohesión social, de participación democrática y de
enriquecimiento personal y colectivo.
La cultura, y por ende la industria cultural, debe ser el
universo que universaliza y el cauce donde la vida humana se
humaniza. Esta es la cultura que debemos fomentar. Más allá
de los meros proyectos que sólo innoven, ha de estar la
escala de valores que dignifiquen al hombre. Más allá de la
internacionalización de las industrias culturales, debe
estar la interiorización del ser humano como creador de
culturas, a las que hay que respetar y proteger.
Por encima del talento y de la creatividad, teniendo en
cuenta además que cohabitan muchos charlatanes de salón
empeñados en demostrar que son creativos, están los valores
estéticos que a veces, por desgracia, no cotizan en ninguna
gestión cultural. La cultura tiene una importancia
fundamental para la vida de un país y para el sembrado de
los valores humanos más auténticos. Por eso, a la industria
cultural quizás haya que subvencionarla, sí, pero también
ponerle alma y discernimiento.
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