Mientras el gobierno español pasa
de las previsiones pésimas del Fondo Monetario Internacional
(FMI), haciéndose el sordo o poniéndolas en duda, su
director gerente Dominique Strauss-Kahn, lejos de abandonar
lo que es una evidencia, menos para los políticos en el
poder a los que no les afecta para nada la crisis, sigue
alertando que las medidas han de ser más contundentes. Ahí
está el galopante desempleo que deja a las familias
hundidas, acorraladas por las deudas, de los nervios. Y el
gobierno todavía sin analgésico, para que pare este
cancerígeno paro obrero. Y los sindicatos sin salir a pedir
aire para esos pobres que se han quedado sin tajo obrero. Y
los obreros en clase pobre entre los pobres, como nunca lo
han estado.
Igual que en otro tiempo, el obrero empieza a tener
necesidad tanto de pan como de respeto. La economía de
mercado sigue sin tener un rostro ético y el rastro de
despilfarros en el erario público suma y sigue. La opacidad
y la codicia se han adueñado de poderes. Lo que dijo el
ingenioso Quevedo está vigente, aún no se ha derogado: “Por
nuestra codicia lo mucho es poco; por nuestra necesidad lo
poco es mucho”. Dominique Strauss-Kahn, que pide políticas
activas e intervención estatal, es la única defensa que les
queda a los que se les niega el deber de trabajar y el
derecho al trabajo.
Es cierto que ya había muchas reglas y códigos éticos antes
de la crisis; incluso en este país se publicó un código de
buen gobierno, para definir y exponer los valores de
referencia que han de regir la actuación de los miembros del
Gobierno y de sus altos cargos, el problema es que la
corrupción no cesa y la autoridad moral de los políticos
está a ras del suelo, porque ellos tienen la responsabilidad
primaria de proteger a los ciudadanos, sobre todo a los
trabajadores, a los ahorradores, a la gente normal que no
tiene la posibilidad de seguir la complicada ingeniería
financiera y que tiene que ser defendida de los engaños y de
los abusos de los listillos.
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