Si como dice el refrán “amores
reñidos son los más queridos”, no cabe duda de que las
apasionadas -y apasionantes- relaciones hispano marroquíes
merecerían llegar al éxtasis en su particular tálamo. Claro
que del amor al odio según dicen (yo nunca lo he entendido)
hay también un paso, por lo que en esta embrollada historia
compartida entre las dos orillas la violencia pasional ha
brotado con abundancia a flor de piel. Es verdad que el
corazón tiene sus profundas razones que la razón no
entiende, pero como diría Pascal “también la razón tiene su
manera de amar como acaso no sabe el corazón”. Seamos al fin
cartesianos, pues en esta mutua dependencia a la que cada
vez más nos ata la procelosa e implacable globalización que
nos han echado encima, ambos países tienen mucho que perder
y, ciertamente, aun más por ganar.
La historia es como la marea, con sus flujos y reflujos,
dejando la húmeda arena cual muda huella de su paso. Así y
de igual modo el devenir hispano-marroquí ha ido arrumbando,
a un lado y otro del Estrecho, genes y cultura. Ciertamente
la huella mora-beréber ha sido en España menos profunda (en
el espacio y el tiempo) que lo que algunos argumentan
aunque, también, más enraizada y duradera de lo que otros
piensan. Pero la historia… si no nos enseña a ser más sabios
y tolerantes, ¿para qué sirve?; ¿acaso para arrojárnosla,
tomo a tomo, a la cabeza?. Con los pies en la tierra y la
mano en el corazón, ¿creen sinceramente ustedes que podemos
encarar el futuro lastrados por el pasado…?; ¿piensan
fríamente que el posible adentrarse, a pie firme, en el
siglo XXI con arquetipos mentales del medievo o el siglo XIX…?.
Quien no conoce su historia está, ciertamente, condicionado
a repetirla pero, precisamente por eso, ¿podemos permitirnos
el lujo de aflojar el paso y enredarnos por el camino
siguiendo esquemas mentales decimonónicos?. Ambos países,
fundamentalmente vecinos pues la geografía es un imperativo
categórico, no gozan mutuamente de buena imagen; si la de
España en Marruecos está en entredicho, la de Marruecos en
España anda por los suelos. Y a mí, con familia directa en
ambas tierras, eso me duele muy hondo… Pese a las
declaraciones oficialistas la verdad es que, sobre el
terreno, nos movemos en una pista de patinaje. ¿La culpa…?.
Como nuestra historia, compartida por unos y otros: por
ignorancia, incapacidad, estulticia o, simplemente, maldad.
Marroquíes y españoles hemos ido escondiendo, como una
“mucama” indolente, demasiado polvo y suciedad debajo de la
alfombra. Ya es hora de que llevemos los trapos sucios al
lavadero, oreándolos y tendiéndolos luego al sol. No solo
somos vecinos: padecemos riesgos comunes y tenemos intereses
estratégicos compartidos. Sería torpe, además de inútil, no
encarar abiertamente y de una vez por todas nuestros miedos
y vacilaciones, nuestras angustias y reivindicaciones,
dirimiéndolas en un clima distendido que permita adentrarnos
en un espacio compartido sin hipotecas de ningún genero.
España está aquí: en Europa y en África. Y Marruecos se
apresta, como ya intuía Hassan II, a ser ese árbol con
raíces africanas que arrulla sus hojas con el aire que sopla
de Europa. ¿El paso fronterizo del Tarajal…?. A ver, a ver
qué es lo queda de él en el horizonte del 2012. El tren está
pasando y el que no se suba va a quedarse en el andén… Se
admiten apuestas.
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