Estamos a ocho días de la
celebración de Navidad, y la llegada de estas fechas me
traen a la memoria recuerdos imborrables, a pesar de que,
todo hay que decirlo, mi economía por aquellos años era más
bien depauperada, y la celebración de estas fiestas
consistía en reunirnos un grupo de amigos, aportar cada uno
de nosotros lo que pudiese, comprar con esa aportación una
botella de coñac y otra de anís y a disfrutar cantando
villancicos, my mal por ciertos, pero villancicos.
Algunos pueden pensar que nos poníamos “moraos” pegándole al
coñac y al anís, nada más lejos de la realidad, ya que
éramos tantos que si nos correspondía un par de copitas nos
dábamos por satisfechos. Oiga, pues a pesar de todas esas
penurias, éramos felices.
En aquella época había mucha más solidaridad entre las
personas que existe hoy día, a pesar de que tanto y tanto se
habla de solidaridad cuando, realmente, esa solidaridad tan
cacareada no existe.
Todos los vecinos se apoyaban unos a otros, aportándole cada
uno al vecino lo que ellos no tenían y recibiendo de esto
aquello de lo que carecían. Y era por esa gran solidaridad
entre los vecinos, por lo que ninguno se quedaba sin probar
un buen plato de sopa, un trozo de pollo o un par de
pestiños caseros.
Las puertas de las casas permanecían abiertas, y cualquier
vecino podía entrar en la casa de otro vecino, simplemente
con tirar de la cuerda que abría el pestillo. Eso es
solidaridad.
En aquella época de tanta miseria, de tanta escasees, de
tener que buscar las “habichuelas” de la mejor manera
posible es donde, sin duda alguna, nacieron las mejores
cocineras del mundo, porque de la nada, lo que se dice nada,
eran capaces aquellas geniales mujeres de darle de comer a
su familia.
La Navidad, me trae tantos y tantos recuerdos, que me
transportan a un mundo de ilusión, de alegría y, sobre todo,
de paz a los hombres de buena voluntad. Y es esta fecha la
que me lleva años atrás, a una calle, mi adorado Callejón
del Lobo, y me hace vivir con toda intensidad, aquella época
de mis tiempos de chaval, de las que muchos amigos,
desgraciadamente, ya no están con nosotros, pero no por eso
dejan de estar en mis recuerdos.
Con todas aquellas penurias que pasamos, sería feliz si se
pudiese parar el tiempo y volverme atrás a aquella época de
mi vida, con mis alpargatas, con mis amigos de toda la vida
cantando, en estos días, villancicos esperando que alguna de
las puertas de los pudientes se abriesen y nos dejasen pasar
a alegrarles la vida, previo pago en polvorones, mantecados,
alguna copilla de licor y a ser posible “mangar” alguna
chacina.
Hasta los pudientes, cosa rara en ellos, eran solidarios en
esos días. Perdonen pero en estos días me da la “tontona”,
me emociono y me da por volver a tiempos pasados, para
recordarlos con toda la alegría y el enorme cariño que le
tengo a mi época de chaval. Quizás porque esa época cada día
que pasa queda más lejos y es imposible, a pesar de todos
los esfuerzos realizados, volver a pisar los adoquines de mi
Callejón del Lobo.
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