El Fondo Monetario Internacional
(FMI) ha bajado, una vez más, su previsión económica para
España. Ya no es lo que sabemos, es lo que mucha gente ya
sufre. No hace falta ser una lumbrera para verlo. Hace
tiempo, con los primeros indicios, debió ser suficiente para
tomar medidas políticas, para hablar claro, y no seguir por
el camino del precipicio. Por desgracia, hay políticas cuyo
hacer es una mentira continua. Luego pasa lo que pasa, que
la realidad es la que es y hay situaciones que no se pueden
ocultar por mucho poder que se tenga. El desempleo es algo
que ya sufrimos en propias carnes todos los españoles.
¿Quién no tiene en la familia a alguien en paro o a las
puertas del paro? Lo que ahora dice el FMI es más de lo
mismo, la necesidad de acometer reformas laborales
profundas, antes de que la ratonera de baja competitividad,
bajo crecimiento y paro desmesurado, nos deje en una
situación caótica.
A pesar de la situación de crisis, el derroche del erario
público no ha mermado. Como recientemente escribía en una
sabia columna el maestro de las ideas, Luís María Ansón,
causa bochorno comprobar en cualquiera de las
administraciones, estatales, autonómicas, locales e
institucionales, los viajes carísimos que se organizan los
políticos para su divertimento y que pagamos entre todos. El
descaro es tan evidente, que el periodista invitaba a sus
colegas que se dedicasen a la investigación, a que averigüen
primero y publiquen después el escándalo del despilfarro al
que, con nuestro dinero, se entregan los políticos. A
propósito, remataba Ansón, que el instinto ciudadano conoce
muy bien hasta dónde llegan los abusos. Por eso, en las
encuestas, se repite una y otra vez que la institución menos
valorada en España son los partidos políticos, es la clase
política. Habría que añadir, la gran responsabilidad de
estos políticos, que debieran dar ejemplo y no lo hacen,
puesto que constitucionalmente con sus hazañas, para bien o
para mal, concurren a la formación y manifestación de la
voluntad popular.
Lo esperpéntico de la situación es que mientras unos sufren
la crisis, otros dilapidan como si nada. Junto a esa reforma
laboral profunda hace falta, asimismo, adecuadas prácticas
presupuestarias, aumentar en verdad la transparencia de la
gestión pública, controlar las subvenciones, establecer
claridad de roles y responsabilidades, afianzar la
disponibilidad pública con garantías de integridad en la
información. Es también lo mismo de siempre. Lo que también
sabemos y sufrimos, porque la corrupción sigue siendo un
diario en el diario de cada día. Sin justicia, sin luchar
contra toda forma depravación, y el corrupto es un perverso,
sin el respeto de las reglas del derecho, es imposible
avanzar en el Estado social y democrático de Derecho que
muchos deseamos.
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