Una didáctica aproximación al
complejo análisis de los atentados terroristas es buscando
su “causalidad”, indagando en las reales motivaciones
geopolíticas. Los últimos atentados terroristas en Bombay
ejemplifican (al igual que el 11-M en España) la dinámica
del atentado-trampa, intentando enzarzar a dos países
vecinos poseedores de armamento atómico enfrentados en los
últimos años en tres cruentas guerras. El asalto al
Parlamento indio en 2001 también estuvo a punto de provocar
otra guerra abierta entre los dos países, llevando a
Pakistán a concentrar durante cuatro años importantes
efectivos en la frontera con India, retirándolos de zonas
tribales ¡precisamente cuando la ofensiva norteamericana en
la batalla de Tora Bora!. ¿El objetivo del terrorismo
islamista?: ahora como en 2001 aliviar la presión militar en
Afganistán; ¿el momento elegido?: el proceso de transición
política Bush-Obama, que merma la capacidad mediadora de los
Estados Unidos. La táctica de “comandos” tampoco es nueva:
relativamente habitual en Cachemira, ha sido también
empleada (incluyendo la toma de rehenes) por los chechenos
en su guerra contra Rusia (2002: teatro Druvodka en Moscú;
2004: escuela de Beslán), así como por el terrorismo
palestino contra Israel en el aeropuerto de Lod (1972) y en
Maalot (1974). ¿La conexión de Paquistán?: entendiendo en
este caso la utilización del territorio como base y el más
que probable apoyo logístico de ciertos oficiales del ISI y
el ejército paquistaní, pero no del Estado. Hay un
razonamiento añadido, pues ninguno de los dos países ha
salido beneficiado: la imagen de la India (¡la CIA había
advertido del ataque!) ha salido dañada, pero Pakistán
tampoco ha salido ganando para nada con el atentado, más
bien todo lo contrario. Esta vez el Estado paquistaní no
está detrás, aunque el interrogante es obvio: ¿controla
Islamabad sus servicios de inteligencia?; ¿o están
infectados por infiltraciones terroristas…?. Pregunta ésta
extensiva a sus homólogos indios cara al extremismo
nacionalista hindú, agrupado en el Sangh Pariwar.
Es decir, la acción, los lugares y el momento elegido
responden a una calculada estrategia de la tensión (“false
flag”), buscando en primer lugar distraer la atención y los
esfuerzos en el frente afgano y, de paso, intentar
desestabilizar todo el área llevándola hasta el precipicio.
Ello, sumada a la insurgencia en otros territorios intentado
su “liberación” (Somalia, el Sahel mismo…), revelarían una
inédita (y peligrosísima) estrategia global coordinada por
parte del terrorismo yihadista, además de un salto
cualitativo.
Todos los caminos nos llevan a la estrategia terrorista: la
India movilizaría a su potente ejército o, cuando menos,
amagaría con ello obligando a Pakistán con replegar a sus
efectivos militares empleados ahora contra las bandas
tribales aliadas de los talibán, con lo que el terrorismo
aliviaría la presión ejercida por Occidente (con Pakistán en
uno de los flancos) en Afganistán. Además y si por medio del
atentado se logra reactivar el conflicto en Cachemira (hay
una Cachemira paquistaní, fronteriza con Afganistán y China,
reivindicada por la India y, al revés, una Cachemira india,
fronteriza con China, reivindicada por Pakistán) el
salafismo yihadista podría relacionar ambos conflictos,
buscando globalizarlos hasta conseguir su
“internacionalización” llamando entonces a una “yihad”
total.
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