Los delegados del Gobierno nunca
tuvieron mucha aceptación en esta ciudad. Tal es así que,
cuando he visitado el edificio de la plaza de los Reyes, me
ha parecido oír la voz de Fernando Marín López, que
fue subdelegado, quejándose amargamente del trato que le
dispensaban en sitio donde lo veían como un virrey dispuesto
siempre a entorpecer el desarrollo de Ceuta.
Marín López, durante su mandato, se las tuvo tiesas con
Ricardo Muñoz; alcalde en aquella época de finales de
los setenta y comienzo de los ochenta. Y todavía tienen
vigencia sus declaraciones a Francisco Amores, un 10
de marzo de 1982, en las que se despachaba a gusto contra
quienes visitaban la delegación con ánimos de chalanear y
con una falta de respeto enorme hacia la figura del
delegado.
A partir de la llegada del primer delegado del Gobierno de
la democracia, Manolo Peláez, fueron llegando otros y
todos sufrieron en sus carnes la inquina que despertaban, y
despiertan, en una tierra donde todos los males se lo han
venido achacando a ellos. Porque al margen de las protestas
que hayan tenido que hacer los ciudadanos en la plaza de los
Reyes, con los representantes del Gobierno se han cebado
siempre. Unas veces por hache y otras por be.
El que no ha sido vituperado por altivo, arrogante o
desdeñoso, lo ha sido por mentiroso y vago, escaso de
preparación y falto de sentido común, o declarado enemigo
público de los ceutíes. Y, desde luego, han sido resonantes
las trifulcas cuando se ha dado el caso de disparidades de
criterios entre un alcalde perteneciente a un partido
distinto al del delegado. La llamada cohabitación produjo
motivos para enfrentamientos que fueron sonados.
De hecho, las personas sensatas han deseado siempre que sean
políticos inteligentes quienes, durante un período de
coexistencia, estén al frente de la Delegación del Gobierno
y del Ayuntamiento, para que el entendimiento entre partes
repercutiera favorablemente en la ciudad y, por tanto, en
cuantos la habitan.
De modo que me imagino que esas personas estarán celebrando
las magníficas relaciones que vienen manteniendo Juan
Vivas y José Fernández Chacón. Ambos dispuestos a
trabajar juntos a fin de sacar adelante cuantos proyectos
redunden en beneficio de una tierra en la cual los dos dan
pruebas evidentes de sentirse muy a gusto. Algo más que
normal en alguien como Vivas, nacido aquí; pero menos
factible en un andaluz que podría limitarse a hacerse notar
mediante faenas de aliño y salir más que airoso de su
cometido alimentando el ego, y lo otro, de quienes suelen
tener acceso a tribunas públicas para contar sus verdades.
Que no la verdad que todos debemos buscar.
Y son éstos, o sea, los eternos descontentos porque se ven
imposibilitados de acceder a la Delegación del Gobierno para
chalanear y hacer que prime la gestión informal por encima
de todo, para bien de ellos, los que, tras un tiempo de
espera, han decidido que ya les ha llegado su hora para
principiar a demoler el prestigio que el delegado del
Gobierno ha ido adquiriendo en tan poco tiempo. El prestigio
y el respeto.
Y, cómo no, al frente de esa operación ya se ha puesto el
hombre cuya obsesión consiste en ofender a las autoridades
por sistema para paliar sus enormes fracasos como político:
Aróstegui.
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