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OPINIÓN - JUEVES, 11 DE DICIEMBRE DE 2008

 

OPINIÓN / EL OASIS

Juan José León Molina está pasado de rosca
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Javier Gallego me fue presentado hace unos meses y desde entonces, cada vez que nos vemos y se encarta, nos metemos en conversación. Lo hacemos sentados a una mesa en el interior de ‘La pérgola’. Ustedes se preguntarán quién es JG... Y a mí sólo se me ocurre decirles que es una persona amable, muy leída, y a quien gusta hablar de hechos históricos más que de fútbol. Sin que por ello muestre fobia alguna por el deporte rey; sino todo lo contrario.

El martes pasado, nuestra charla transcurrió por la senda de la vida política y social de la Ceuta de los ochenta hasta los noventa, que él desconoce porque entonces no residía aquí. De modo que no tuve el menor inconveniente en ponerle al tanto de algunas situaciones que se daban con el fin de que se hiciera una idea del comportamiento de los políticos en aquellos años.

Empecé recordando a Serafín Becerra (a quien pronto le tuve una ley que fue en aumento y aún se mantiene vigente en mis adentros). El cual, como parlamentario que era, declaraba cosas así: “Leopoldo Calvo Sotelo no nos ha hecho ni puñetero caso cuando le estuvimos planteando los problemas de Ceuta”. “Las reuniones de trabajo que hemos mantenido han sido nada más que comilonas donde sólo destacaba el compadreo”. Luego, sin tomarse el menor respiro, arremetía contra el subdelegado del Gobierno y a renglón seguido ponía como chupa de dómine al comandante general de turno.

Todas las iras, de aquellos días de julio de 1982, estaban centradas en Alvaro Espinosa: un juez detestado por los socialistas. Por ello, Francisco Arrillaga, vicesecretario del PSOE de Ceuta, pedía con vehemencia al Consejo General del Poder Judicial la destitución de Espinosa. Arrillaga, además, decía a voz en cuello que “el poder corrompe”...

- O sea, que la política se vivía con mucha intensidad, ¿no?

Por supuesto que sí. Las ideas de libertad y democracia, explicadas generalmente por medio de tópicos, se habían convertido en el santo y seña diario del vivir en esta ciudad. Y al menor contratiempo, cualquiera gritaba con iracundia: “¡Oiga, que yo soy demócrata...!”.

Más o menos sucedía lo del chiste que contaba Ortega y Gasset sobre los que se las daban a cada paso de demócratas. Que había un monaguillo que no se sabía su papel y a cuanto decía el oficiante, según la liturgia, respondía: “¡Bendito y alabado sea el Santísimo Sacramento!”. Hasta que harto de la insistencia el sacerdote se volvió y le dijo: “¡Hijo mío eso es muy bueno; pero no viene al caso!”.

Al caso viene que te cuente que había, entonces, un político que se llevaba a la gente de calle, en cuanto abría la boca, y consiguió, amén de obtener un acta de diputado, ser alcalde de Ceuta. Era Francisco Fraiz Armada. Quien tenía tanta facilidad para ganar elecciones como para perder su cargo. Y era así porque su carácter variable, atrabiliario y tonante solo se afirmaba en la posesión del poder.

En fin, podría seguir contando situaciones y anécdotas que te situarían en condiciones de saber cómo ha evolucionado la clase política, transcurridos caso treinta años. Pero quien mejor podría hacerlo es Juan José León Molina. A quien los suyos, los socialistas, le han dejado entrever que está pasado de rosca.
 

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