De todos es sabido que nuestro
sistema educativo ha descuidado en los últimos tiempos la
enseñanza de la Lengua. Por otra parte, en nuestra sociedad
se piensa que hablar y escribir bien, no es fundamental para
el desarrollo intelectual y el éxito social y profesional.
Bien cierto es que buena parte de los universitarios no
superaría hoy el listón gramatical donde, con tres faltas de
ortografía, no se aprobaba el examen de ingreso de
Bachillerato que se aplicaba unas décadas atrás.
La opinión de una amplia mayoría de docentes está convencida
de que asistimos a un proceso de deterioro en el buen uso de
la lengua. Claro está que, muchos universitarios, acaban la
carrera con graves carencias gramaticales, lo que empieza a
suponer un obstáculo a la hora de acceder a trabajos en los
que la capacidad de expresión y persuasión son
imprescindibles. Para determinados filólogos la cuestión de
ortografía y sintaxis, el nivel universitario es desolador.
Para otros, de distintas universidades, “hay una diferencia
abismal entre los escritos de los alumnos de hace quince
años y los de ahora. Creemos que la pérdida de vocabulario
es la punta del iceberg de un mal endémico, estructural, de
nuestra enseñanza”. “La mayoría, y hablamos precisamente de
alumnos de Filología, no sabe expresarse bien, no domina el
lenguaje y, en consecuencia, tampoco el pensamiento”.
Lo que dispara las alarmas no son las faltas de ortografía,
por garrafales que sean; tampoco las confusiones léxicas del
tipo “a la muerte del monarca, empezaron las guerras
intestinales”. Lo que preocupa verdaderamente es la
incompetencia expresiva de muchos universitarios que les
imposibilita con un mínimo de sentido, coherencia y
criterio. “El género sirve para designar el sexo de la
palabra, sustantivo, artículo, pronombre…”, escribió, por
ejemplo, un alumno de filología Hispánica en los pasados
exámenes de septiembre”.
Aceptado que toda promoción estudiantil está llamada a
engordar la “Antología del disparate”, el problema adquiere
un fondo inquietante cuando se comprueba que alcanza también
a los niveles teóricamente más selectos del mundo
universitario. “Observo un deterioro muy grande, y no sólo
ortográfico. Hay licenciados que tienen dificultades para
ordenar una frase con sujeto, verbo y complementos”, asegura
la directora de convocatorias de becas de la Caixa, Rosa
María Molins. Los licenciados de los que habla son los
aspirantes a becas de posgrado, por lo general, alumnos de
elevada nota media en la carrera, para conseguir becas de
74.000 euros en 18 meses, y la oportunidad de formarse en
centros internacionales de máximo nivel.
“La Lengua Española ha dejado de ser clave en la formación
del profesorado. En Magisterio, la materia Didáctica de la
Lengua, es una asignatura de 6 créditos y 60 horas de clase
en un cuatrimestre, así que puede que las últimas
promociones de maestros no estén muy preparadas en este
terreno. Hay un cierto abandono de las Humanidades en la
formación del profesorado, y también la Literatura ha dejado
de ser importante” afirma el decano de Ciencias de la
Información de la Universidad de la Laguna, Humberto
Hernández.
Aunque, al parecer, no hay estudios que lo certifiquen,
algunos entendidos opinan que el proceso de deterioro se
inició en 1990 con la entrada en vigor de la LOGSE, que
amplió hasta los 16 años la edad de la Enseñanza
Obligatoria. Una Ley que socava el más elemental principio
de educación, en opinión del Catedrático Ricardo Moreno
Castillo, en su “Panfleto Antipedagógico”. Piensan, los
estudiosos del tema, “que en la práctica, estos cambios
trajeron consigo cierto abandono de la enseñanza de la
Ortografía en un sector muy amplio de la ESO, y que este
hueco no ha sido cubierto en la posterior etapa de los dos
años de Bachillerato”.
La cultura globalizadora, uniformadora y pasiva del ocio
audiovisual, el lenguaje coloquial de los medios de
comunicación y la economía lingüística que acompaña la
comunicación por teléfono móvil e Internet, si estarían
contribuyendo a la pérdida de la riqueza expresiva del
idioma. Y sin embargo, tampoco cabe achacar todo el problema
a la invocada nefasta influencia de las nuevas tecnologías
que, a cambio de actualizar el género epistolar, fomentan
una comunicación sustentada en abreviaturas y en un léxico
elemental.
Nadie niega, sin embargo, que el “,chateo juvenil”,
salpicado a menudo de ostentosas faltas de ortografía –no se
sabe si fruto de la incuria, de la búsqueda del caos o el
intento de asesinar a la lengua –conlleva el apresuramiento
y la precipitación, y, en esa medida, la renuncia a corregir
el texto y a tratarlo con esmero. “Es normal que la jerga
juvenil se renueve y resulte la transgresora. La cuestión no
son las abreviaturas de los SMS o los coloquialismos, sino
el empobrecimiento extremo que a veces se refleja en cierta
dificultad para razonar en abstracto y en la falta de
adecuación al interlocutor”.
El proclamado objetivo-competencia- de que, al finalizar la
enseñanza obligatoria, el estudiante debe escribir sin
faltas y estar gramaticalmente capacitado para cubrir sus
necesidades de expresión futuras, chirría enormemente al
contacto con las cifras disponibles. Según el estudio del
Instituto Nacional de Calidad y Evaluación, en reciente
informe, sólo el 11% de los alumnos del último curso de la
ESO no cometía ninguna falta de ortografía en las letras, el
6% de las tildes y el 1% en los signos de puntuación…
Muy lejos de la actualidad, cuando en nuestra escuela de
Enseñanza Primaria, con la utilización del “Miranda
Podadera”, estos resultados no se producían.
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