Juan Vivas jamás da una
puntada sin hilo. Desde que yo le conozco, al menos, nunca
ha dejado de buscar el lado práctico de las cosas. Y sería
absurdo negarle el acierto que ha tenido desechando el
jugarse el bigote por los demás para dárselas de altruista.
No es lo suyo. Y hace muy bien actuando acorde con lo que le
dicta su conciencia. Y si encima consigue rentabilizar de
manera favorable su forma de entender la vida, miel sobre
hojuelas.
Vivas calcula y analiza, minuciosamente, cualquier paso que
da. Es verdad, a qué negarlo, que cuenta con la suerte que
le achacan a los quebrados. Pero no es menos cierto también
que la suerte hay que buscarla. Y Vivas comenzó a
perseguirla nada más poner los pies en el Ayuntamiento.
Convertido en funcionario muy principal, supo muy pronto
algo tan manoseado como siempre importante: que la
información otorga poder. Y no dudó lo más mínimo en
aplicarse al cuento de cada día a la vera de políticos,
generalmente poco preparados y en muchos casos perezosos, a
fin de asesorarles y de paso aprovechar la ocasión para
irles calando en todos los aspectos.
Semejantes conocimientos de los políticos, y sobre todo de
los alcaldes y presidentes a los que asesoró, sin distinción
de colores, le hizo darse cuenta de algo que nunca ha dicho
ni dirá: que cualquiera podía ser alcalde. Cualquiera,
aunque tuviera un escaso bagaje de conocimientos, siempre y
cuando los dirigentes de su partido decidiera situarlo el
primero en las listas electorales.
Y a partir de ahí empezó a tomarse en serio la posibilidad
de acceder a la política activa. Aprovechando el momento
estelar, a escala nacional, que vivía el PP, se afilió a
este partido; sin importarle que algunos pudieran recordarle
su tendencia socialista y hasta cierta rebeldía en sus años
mozos cuando recitaba de memoria los postulados de la
izquierda. Porque ese pasaje de su existencia era, además,
el que, salvo excepciones, han de vivir las personas que
acaban siendo de derecha de casi toda la vida.
Pero la baraka que se le atribuye a Vivas, sí funcionó en
esa etapa en la cual Jesús Fortes presidía la ciudad
y el GIL se cernía como una amenaza en toda regla. Me
explico: la presencia en Ceuta de un delegado del Gobierno
autoritario y convertido en fiscalizador de todo cuanto se
cocía en el seno de un PP local, convertido campo de batalla
encarnizada entre militantes deseosos de poder y dispuestos
a entregarse a la causa de Jesús Gil, le vino a JV
como anillo al dedo de sus aspiraciones.
Porque arropado por Luis Vicente Moro, en un despacho
de la Delegación del Gobierno, amén de aumentar sus ya
muchos conocimientos, evitó el desgaste frente a los
‘gilistas’ y se libró de las muchas humillaciones que tal
vez le hubieran inferidos las huestes de Antonio
Sampietro.
Todo lo reseñado, aunque sea por encima y a vuelapluma,
ninguna intención tiene de desmerecer la carrera política de
Vivas. En absoluto. Puesto que cada cual es como es y, por
tanto, merecedor de la suerte que se labra.
Ahora bien, la suerte del presidente de la Ciudad es, sin
duda, la que ha hecho posible que Mohamed Alí, por
ejemplo, siendo jefe de la oposición, lleve años viviendo
sus éxitos en las urnas sin pena ni gloria. Y es así, porque
la mayoría absoluta del PP ha acabado con los partidos
bisagras.
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