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OPINIÓN - MARTES, 9 DE DICIEMBRE DE 2008

 

OPINIÓN / EL OASIS

Tontos de los cojones
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

El alcalde de Getafe, Pedro Castro, está en boca de más de media España por haber llamado “tontos de los cojones” a los votantes del PP. El monterilla, debido a su desafortunada expresión, está siendo vapuleado de lo lindo.

Así, en esta mañana de lunes festivo y lluvioso, antes de escribir, ya he leído a varios articulistas que acribillan a Castro con calificativos capaces de no dejarle ningún órgano sano. Al extremo de que uno de ellos ha elegido para la ocasión un cargador de insultos que evidencian el mucho placer que siente haciendo diana en el cuerpo del regidor.

La munición empleada contra Castro por el articulista del periódico, del cual suele decir Luis María Anson que en nada se parece al que él dirigió, durante años, es de las que trata no sólo de matar al enemigo sino que intenta demostrar, además, que se lo ha merecido por tonto que aparenta serlo, por bobo o alelado, por simple o necio y por hacer uso de lenguaje grosero, desvergonzado, etcétera.

Motivos mas que suficientes, en tiempos donde priman los listos, para enviar a Pedro al proceloso averno sin derecho a funerales ni sitio donde descansar tranquilo. Es el estudio que he hecho, deprisa y corriendo, del sentido de esas balas disparadas a bocajarro contra el alcalde de marras, y que son éstas: ablandabrevas, cacaseno, zonzo, candelejón, gaznápiro y... por ese camino.

Y me ha dado por pensar, aunque cambiando lo que haya que cambiar, qué pasaría conmigo si se me ocurriera, a estas alturas, llamar tontos de los cojones a todos los que han cooperado a favor de que el cuento mejor contado, durante los treinta años de Constitución, haya tenido una travesía feliz para Iker Casillas.

Pasaría, seguramente, que me perseguirían con saña cuantos han hecho posible, desde altavoces nacionales de gran resonancia, que un portero mediocre se haya convertido en un ser idolatrado por una mayoría que necesita creer en algo. Han hecho un mito, y los mitos nunca pueden fallar ni equivocarse, de un chico mono de cara y cuya figura encaja con el perfil de hombre por el cual suspira la vecina del quinto y que también le alegra las pajarillas al señor del tercero con las hormonas femeninas intentando ganarles la partida a las otras.

Pero uno no caerá en el error de llamar tontos de los cojones a todos esos que gritan cada partido el lema de “¡Paradón de Casillas!”: convertido en santo y seña de una identidad nacional, que por ahí no le hace daño ni a catalanes ni a vascos.

Sería imperdonable que yo, a mi edad, fuera tan torpe como para complicarme la vida como se la ha complicado el alcalde de Getafe, ni siquiera basándome en argumentos de los que él carece, para tachar, verbigracia, a los periodistas deportivos de Madrid, y de gran parte de España, de tontos con balcón a la calle –frase hecha que le tomo prestada al maestro Burgos-.

Pero sí les voy a recordar a todos ellos, que fui el primero en opinar de un portero que dejaba mucho que desear en las salidas; que se dejaba rematar en el área pequeña; que no atajaba los balones por elevación que le llegaban desde los lados; que no sabía manejar los pies, y que no conoce el juego. Y en vista de que no ha querido aprender, o no ha podido, más que san Iker, créanme, no deja de ser un monaguillo aventajado, con recomendaciones vaticanas.
 

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