El alcalde de Getafe, Pedro
Castro, está en boca de más de media España por haber
llamado “tontos de los cojones” a los votantes del PP. El
monterilla, debido a su desafortunada expresión, está siendo
vapuleado de lo lindo.
Así, en esta mañana de lunes festivo y lluvioso, antes de
escribir, ya he leído a varios articulistas que acribillan a
Castro con calificativos capaces de no dejarle ningún órgano
sano. Al extremo de que uno de ellos ha elegido para la
ocasión un cargador de insultos que evidencian el mucho
placer que siente haciendo diana en el cuerpo del regidor.
La munición empleada contra Castro por el articulista del
periódico, del cual suele decir Luis María Anson que
en nada se parece al que él dirigió, durante años, es de las
que trata no sólo de matar al enemigo sino que intenta
demostrar, además, que se lo ha merecido por tonto que
aparenta serlo, por bobo o alelado, por simple o necio y por
hacer uso de lenguaje grosero, desvergonzado, etcétera.
Motivos mas que suficientes, en tiempos donde priman los
listos, para enviar a Pedro al proceloso averno sin derecho
a funerales ni sitio donde descansar tranquilo. Es el
estudio que he hecho, deprisa y corriendo, del sentido de
esas balas disparadas a bocajarro contra el alcalde de
marras, y que son éstas: ablandabrevas, cacaseno, zonzo,
candelejón, gaznápiro y... por ese camino.
Y me ha dado por pensar, aunque cambiando lo que haya que
cambiar, qué pasaría conmigo si se me ocurriera, a estas
alturas, llamar tontos de los cojones a todos los que han
cooperado a favor de que el cuento mejor contado, durante
los treinta años de Constitución, haya tenido una travesía
feliz para Iker Casillas.
Pasaría, seguramente, que me perseguirían con saña cuantos
han hecho posible, desde altavoces nacionales de gran
resonancia, que un portero mediocre se haya convertido en un
ser idolatrado por una mayoría que necesita creer en algo.
Han hecho un mito, y los mitos nunca pueden fallar ni
equivocarse, de un chico mono de cara y cuya figura encaja
con el perfil de hombre por el cual suspira la vecina del
quinto y que también le alegra las pajarillas al señor del
tercero con las hormonas femeninas intentando ganarles la
partida a las otras.
Pero uno no caerá en el error de llamar tontos de los
cojones a todos esos que gritan cada partido el lema de
“¡Paradón de Casillas!”: convertido en santo y seña de una
identidad nacional, que por ahí no le hace daño ni a
catalanes ni a vascos.
Sería imperdonable que yo, a mi edad, fuera tan torpe como
para complicarme la vida como se la ha complicado el alcalde
de Getafe, ni siquiera basándome en argumentos de los que él
carece, para tachar, verbigracia, a los periodistas
deportivos de Madrid, y de gran parte de España, de tontos
con balcón a la calle –frase hecha que le tomo prestada al
maestro Burgos-.
Pero sí les voy a recordar a todos ellos, que fui el primero
en opinar de un portero que dejaba mucho que desear en las
salidas; que se dejaba rematar en el área pequeña; que no
atajaba los balones por elevación que le llegaban desde los
lados; que no sabía manejar los pies, y que no conoce el
juego. Y en vista de que no ha querido aprender, o no ha
podido, más que san Iker, créanme, no deja de ser un
monaguillo aventajado, con recomendaciones vaticanas.
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