Ni fue una provocación ni tampoco
una puesta en escena; si así lo hubiera deseado, no duden
que habría montado un espectáculo. Me limité sencillamente,
en el marco de unas jornadas sobre vigilancia y seguridad
privadas organizadas en Ceuta por el “Grupo Ecos”, a ponerme
por unos minutos un “nikab” durante mi ponencia llamando la
atención a los presentes sobre el problema: “¿Me dejarían
ustedes entrar (a un supermercado, un banco…) con un
pasamontañas…?, No, claro. ¿Y por qué sí a una presunta
señora con un burka o nikab?”. Ya había escrito en varias
ocasiones alertando sobre el particular (me remito a las
columnas del 19 de julio de 2007 y 15 de febrero de 2008),
decidiendo esta vez pegar un aldabonazo en un marco
particularmente oportuno pues, entre analistas y expertos en
seguridad, suele haber consenso en la necesidad de prohibir
en espacios públicos el uso de estas prendas islamistas (el
tradicional “hiyab” o velo islámico es otra cosa). ¿A qué
esperan nuestros políticos para legislar en este sentido…?;
¿a un atentado terrorista, perpetrado por una presunta mujer
tapada con una de estas medievales y oscurantistas prendas?.
Pensar globalmente y actual localmente. No hace falta
esperar a que el Parlamento legisle al respecto; los
alcaldes tienen potestad para prohibir, mediante una
ordenanza, el uso de estas prendas aberrantes (y de latente
peligro) en los espacios públicos de las ciudades. Durante
el año pasado el presidente del Grupo Municipal del PP en
Barcelona, Alberto Fernández Díaz, solicitaba al pleno la
prohibición del uso del “burka” en la Ciudad Condal,
mientras que “Plataforma por Catalunya” presentaba
propuestas en cuatro ayuntamientos catalanes en esta
dirección pues, como acertadamente señalaba el presidente de
esta formación política, Josep Anglada, “el burka plantea
problemas de seguridad ciudadana”. Insistamos: no se trata
de religión y mucho menos de racismo; es una mera medida de
seguridad preventiva, apoyada por sectores abiertos y
moderados del mundo musulmán.
¿Y en Europa…? Se camina poco a poco, e incomprensiblemente
despacio, en este sentido. Italia (país con una población
musulmana similar a la de España, un millón largo), junio de
2005: el ministro de Justicia, Roberto Castelli, anuncia la
posibilidad de multar (por la simple aplicación de la ley
vigente) a las mujeres que vayan con el rostro cubierto,
siendo respaldado un mes más tarde por el Parlamento al
promulgar una ley antiterrorista que considera delito
esconder el rostro en público; en Bélgica algunos
ayuntamientos (como el de Maaseik) ya han dado este paso,
mientras que el Parlamento regional tiene aprobada una ley
que prohíbe el uso del “burka” en público. Pero es la
abierta y tolerante Holanda, cuna de la ideología
multicultural, quien se ha atrevido a respaldar a la
ministra de Integración, Rita Verdonk, con lo que ya empieza
a ser un clamor: la prohibición del “burka” en la calle e
instituciones públicas. ¿A qué esperamos en Ceuta, Melilla y
el resto de España…?. En el vecino Marruecos su joven
soberano, Mohamed VI, se confesaba así hace unos años (2001
para ser exactos) a la periodista francesa A. Sinclair sobre
la situación de la mujer: “Este burka que las encarcela es
ciertamente una prisión de tejido, pero además es una
prisión moral”. ¿Qué opinarán al respecto los líderes
políticos de Ceuta…? Buena pregunta, ¿verdad?
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