De las víctimas del terrorismo se
han dicho muchas cosas. Entre otras, que son la conciencia
viva de nuestras sociedades democráticas. Durante varias
décadas, las víctimas han sufrido en silencio su profundo
dolor y, en muchas ocasiones, han vivido en el olvido de una
sociedad y de unas instituciones que miraron para otro lado
o sólo las vieron de refilón, durante unas horas o unos
días, y después volvieron la mirada hacia otro lugar. Haber
situado a quienes más de cerca han sufrido la sinrazón y la
vileza de los violentos en el lugar que merecen y conseguir
así hacer llegar su voz a toda la sociedad y a los que
reciban todo el apoyo, cariño y reconocimiento de los
ciudadanos es uno de los grandes logros de la sociedad de
nuestro tiempo. Son víctimas quienes lo padecen de manera
directa, quienes pierden la vida, la integridad física o su
entorno por culpa de los terroristas. Son víctimas los
familiares, los amigos, los compañeros de quienes padecen un
atentado terrorista y comparten el dolor y sufren la pérdida
de seres queridos. Son víctimas los pueblos, las ciudades,
las comunidades que ven alterada su convivencia por la
acción de los terroristas. Y son víctimas también el
conjunto de la sociedad que se ve amenazada por el riesgo de
acciones terroristas o alterada por la realidad de las
mismas.
Ayer, a través de la docena de víctimas del terrorismo de la
ciudad autónoma se rindió un cariñoso y afectuoso
reconocimiento y homenaje en el Salón del Trono del Palacio
autonómico. El acto tuvo el valor añadido de que en él
participaron, además, dos políticos que han sabido colocar
por encima de sus intereses partidistas y de los derroteros
partidarios que a veces convierten la política en un
insufrible juego de poses el interés y el valor que
legítimamente tienen unas cosas por encima de las otras, tal
y como establece la Constitución con su principio
fundamental de Justicia: hay que tratar a cada uno tal y
como se merece y con las víctimas, durante mucho tiempo, no
se hizo lo correcto.
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