Cuando Antonia María Palomo
ejercía de portavoz socialista, acudía a los plenos
preparada a conciencia para poder debatir con la mayoría
absoluta del Partido Popular, encabezada por un presidente
de la Ciudad que gozaba de un prestigio enorme (sí, no se me
rebelen, y lo sigue gozando; aunque el paso del tiempo,
lógicamente, haya ido causando algunos desconchados en su
fachada).
A la secretaria general de los socialistas, que vivía
intensamente su papel de fiscalizadora del Gobierno local,
le temían los consejeros populares más que a una vara verde.
De modo que en cuanto se acercaba el momento de los plenos,
lo primero que hacían es echarse encima dos sobres de
Espidifen para aliviar en parte el dolor de cabeza que les
producía las intervenciones de la señora Palomo.
Y es que los consejeros no entendían que Antonia María, a
pesar de que las malas lenguas dijeran que sus relaciones
con Vivas eran inmejorables y no menos buenas con Gordillo,
por razones de vaya usted a saber qué cosas, pudiera
transformarse en cuanto se sentaba en su escaño de hacer
oposición.
Hubo sesiones parlamentarias donde ella se bastaba y se
sobraba para acorralar a los adversarios políticos.
Consiguiendo, además, que a Vivas se le pusiera esa cara que
suele ponérsele cuando le disgusta lo que oye: se le arruga
la frente; se le achican los ojos; el labio superior se le
alarga hasta parecer que va a engullirse al inferior,
mientras que el mentón se endurece cual si fuera de cartón
piedra.
Detrás de aquella Antonia María estaba Sergio Moreno.
Quien, a la chita callando, trabajaba lo suyo para que a la
secretaria general de su partido no le faltaran ni datos ni
cifras ni argumentos con los que poder desempeñar bien su
papel de oposición.
Moreno era la buena sombra de una compañera dinámica,
bulliciosa, etcétera, que hablaba por los codos y cuyas
ilusiones políticas se estrellaban contra el muro que
suponía la presencia de un Vivas a quien el pueblo había
elegido como hombre que encarnaba todas las cualidades y
virtudes que ha de tener un ceutí. Y esa fe inquebrantable
de los ciudadanos en él se fue reflejando en las urnas de
manera abrumadora.
Con ese enorme inconveniente, aumentado por una mala campaña
electoral -¿se acuerdan de aquella desdichada intervención
de la candidata socialista a la presidencia de la Ciudad, en
RTVCE?-, los malos resultados estaban más que cantados para
Antonia María.
Así, la señora Palomo optó por lo que había que optar: hacer
mutis por el foro, tras dimitir de todos sus cargos.
Decisión que pocas veces adoptan los políticos. Ya que en
España cuesta trabajo renunciar a mandar. Y lo mejor es que
permanece, desde entonces, enclaustrada cual si hubiera
decidido profesar de monja de clausura.
Sergio Moreno, con vergüenza torera, tan poco habitual ya,
decidió seguir los pasos de su secretaria general, y temí
que se perdiera para la política de un PSOE necesitado de
personas como él. Alguien que incluso en los momentos menos
gratos era capaz de conservar la calma. Conmigo tuvo siempre
todas las deferencias posibles. Por consiguiente, celebro
ahora que sea Jefe de Gabinete de un delegado del Gobierno
que es merecedor de parabienes.
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