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OPINIÓN - SÁBADO, 6 DE DICIEMBRE DE 2008

 

OPINIÓN / EL OASIS

Sergio Moreno
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Cuando Antonia María Palomo ejercía de portavoz socialista, acudía a los plenos preparada a conciencia para poder debatir con la mayoría absoluta del Partido Popular, encabezada por un presidente de la Ciudad que gozaba de un prestigio enorme (sí, no se me rebelen, y lo sigue gozando; aunque el paso del tiempo, lógicamente, haya ido causando algunos desconchados en su fachada).

A la secretaria general de los socialistas, que vivía intensamente su papel de fiscalizadora del Gobierno local, le temían los consejeros populares más que a una vara verde. De modo que en cuanto se acercaba el momento de los plenos, lo primero que hacían es echarse encima dos sobres de Espidifen para aliviar en parte el dolor de cabeza que les producía las intervenciones de la señora Palomo.

Y es que los consejeros no entendían que Antonia María, a pesar de que las malas lenguas dijeran que sus relaciones con Vivas eran inmejorables y no menos buenas con Gordillo, por razones de vaya usted a saber qué cosas, pudiera transformarse en cuanto se sentaba en su escaño de hacer oposición.

Hubo sesiones parlamentarias donde ella se bastaba y se sobraba para acorralar a los adversarios políticos. Consiguiendo, además, que a Vivas se le pusiera esa cara que suele ponérsele cuando le disgusta lo que oye: se le arruga la frente; se le achican los ojos; el labio superior se le alarga hasta parecer que va a engullirse al inferior, mientras que el mentón se endurece cual si fuera de cartón piedra.

Detrás de aquella Antonia María estaba Sergio Moreno. Quien, a la chita callando, trabajaba lo suyo para que a la secretaria general de su partido no le faltaran ni datos ni cifras ni argumentos con los que poder desempeñar bien su papel de oposición.

Moreno era la buena sombra de una compañera dinámica, bulliciosa, etcétera, que hablaba por los codos y cuyas ilusiones políticas se estrellaban contra el muro que suponía la presencia de un Vivas a quien el pueblo había elegido como hombre que encarnaba todas las cualidades y virtudes que ha de tener un ceutí. Y esa fe inquebrantable de los ciudadanos en él se fue reflejando en las urnas de manera abrumadora.

Con ese enorme inconveniente, aumentado por una mala campaña electoral -¿se acuerdan de aquella desdichada intervención de la candidata socialista a la presidencia de la Ciudad, en RTVCE?-, los malos resultados estaban más que cantados para Antonia María.

Así, la señora Palomo optó por lo que había que optar: hacer mutis por el foro, tras dimitir de todos sus cargos. Decisión que pocas veces adoptan los políticos. Ya que en España cuesta trabajo renunciar a mandar. Y lo mejor es que permanece, desde entonces, enclaustrada cual si hubiera decidido profesar de monja de clausura.

Sergio Moreno, con vergüenza torera, tan poco habitual ya, decidió seguir los pasos de su secretaria general, y temí que se perdiera para la política de un PSOE necesitado de personas como él. Alguien que incluso en los momentos menos gratos era capaz de conservar la calma. Conmigo tuvo siempre todas las deferencias posibles. Por consiguiente, celebro ahora que sea Jefe de Gabinete de un delegado del Gobierno que es merecedor de parabienes.
 

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