Un día soleado, niños y niñas jugando en un precioso parque
infantil, rodeado de plantas y palomas. En algunos
banquitos, padres y madres toman el sol relajados. De
pronto, aparecen tres niños de siete u ocho años, con botes
de spray, de esos que venden para simular la nieve en
Navidad. Estos pequeños empiezan a rociar las palomas y los
pobres animales, que paseaban tan tranquilos, emprenden el
vuelo despavoridos.
Me levanto y le digo a los niños que por favor dejen de
molestar a las palomas, que éstas pueden quedar ciegas o
asfixiarse. Los niños me miran con cara de fastidio, se dan
media vuelta y siguen fumigando a las palomas que todavía
revolotean por allí. Insisto: ¿No os da pena estos animales?
Entonces se acercan sus padres y cogen por los hombros a los
niños y me miran como si hubiera hecho algo terrible. Se
llevan a los niños más adelante, para que puedan seguir
“jugando”, y como ya no quedan palomas, empiezan a rociar
los pelos de otros niños que juegan por allí.
Así se acabó el parque que hasta entonces había estado en
paz. Todo esto me dio mucho que pensar. Y me dije: Si no
enseñamos a nuestros hijos el respeto por la vida, crecerán
en el concepto de que la violencia es un juego. En un
programa de TV muy interesante del Emisor Nueva Jerusalén,
titulado Guerra y Paz, decían algo así: “Las agresiones son
tensiones. La guerra empieza en los pensamientos”. ¿Acaso no
son nuestros hijos el reflejo de nuestras propias tensiones
y muchas veces de nuestros propios pensamientos? Pensemos
que hoy es el día, en cada situación, para inculcar la paz a
nuestros hijos, en base a nuestro propio ejemplo, para que
mañana no tengamos que llorar por ellos y por nosotros
mismos.
“Contribuya a la no violencia. Traiga la paz a su vida, a su
entorno... y si quiere, cuéntenos cómo lo hace“
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