La semana pasada, y aprovechando
que había intercambiado impresiones con Pepe Ríos Pozo,
decía yo que cumplidos ciertos años los recuerdos empiezan
ya a doler. Pero que recrearse en esa suerte no es
conveniente. Porque mirar hacia atrás con insistencia nunca
ha sido recomendable. Y si no hay está el pasaje de la mujer
de Lot para recordárnoslo.
Pero una cosa es lo que uno recomienda y otra muy distinta
lo que hace. Así que debo confesar que llevo varios días en
los que se me vienen a la memoria nombres de personas con
quienes compartí ratos de ocio y mantuve relaciones muy
cordiales. Casi todas ellas están ya fallecidas.
Tales pensamientos se los achaco yo al influjo poderoso que
ejerce diciembre incluso entre quienes, como es mi caso,
solemos negar que es un mes especial. Un mes que, aunque con
el paso de los años ha sido adulterado y convertido sus días
en motivos para vivir el despilfarro, ante la mirada atónita
de los más desfavorecidos, sigue tocando las fibras
sensibles de quienes aun se creen protegidos contra ellas
por una coraza dura como el pedernal.
Así, me resultó fácil acordarme, el miércoles pasado, de
Eduardo Hernández. Y no dudé en dedicarle esta columna;
por más que sepa que sus lectores sólo desean que les cuente
vida y milagros de los políticos y si es posible que resalte
los errores que cometen y los disparates que suelen decir,
en bastantes ocasiones, desempeñando cargos que les permiten
vivir la vida.
Y en cuanto me aparto de esa línea, llegan los de siempre
para echarme en cara que llevo unos días que estoy
desconocido, más bien blandengue; y me dicen que se me nota
mucho que voy perdiendo vigor. Son personas que gustan de
ver a los políticos zaheridos y puestos en la picota de
papel diariamente. Y que son felices pidiendo a cada paso
que se les sean reprochadas cuantas acciones e
intervenciones emprendan.
Ayer, precisamente, me incitaban a darles caña a Pedro
Gordillo y a Juan Vivas por razones que no me
convencían. Por ejemplo: me aseguraban que ambos le tienen
más que respeto a Manuel González Bolorino, director
general de Ceuta Radio Televisión. Y que sería muy
conveniente indagar el porqué de ese canguelo que le
adjudican a tan poderosos e influyentes gobernantes.
Me despedí de quienes creen que Vivas y Gordillo jamás se
atreverán a enfrentarse al director general de la televisión
pública, ni cuando éste tome decisiones contrarias a razón,
recordándoles que lo que deberían hacer es exponer sus
quejas por escrito y firmadas, por supuesto, y enviarlas a
los medios. Y entonces, sin ningún género de duda, serían
analizadas en este espacio; tras comprobar, cómo no, que son
merecedoras de crédito.
Mientras tanto, y en vista de que estamos en diciembre,
finalizaré hablando de un hombre bueno. De un hombre a quien
tuve la suerte de tratar mucho y de compartir con él ratos
buenos y menos buenos. Antonio Fernández, ‘El Flaco’,
apelativo por el cual se le conocía cariñosamente, fue
concejal delegado de barriadas y directivo del fútbol base
de la Agrupación Deportiva Ceuta.
Antonio era funcionario municipal. Vivía en la barriada de
Zurrón y su casa estaba siempre abierta para cualquiera. Yo
tuve la suerte de conocerle y de estimarle. Y puedo decir
que lo vi dar la talla en momentos delicados. Fernández era
un hombre de verdad.
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