Cuando se politiza la justicia o
se judicializa la política perdemos todos. Los ciudadanos
pierden confianza en el sistema y las instituciones
credibilidad. Lo mismo sucede cuando se pretende
judicializar nuestra memoria. La historia es la que es, y en
todo caso, es un dietario filosófico de ejemplos. Dicen que
se repite, quizás, pero lo cierto es que sus lecciones no se
aprovechan. Ahora, a mi juicio, por esa excesiva
judicialización, la Sala de Penal de la Audiencia Nacional
ha tenido que pronunciarse sobre la incompetencia del juez
Baltasar Garzón para investigar los crímenes cometidos
durante la última incivil contienda española. Catorce votos
a favor de la incompetencia y tres en contra ha sido el
resultado. Nunca debió haberse llegado por la vía judicial,
lo que ha de ser una vía política, entre otras cuestiones,
porque el poder judicial tiene que estar por encima, e
independientemente muy por encima, de los vaivenes
políticos. Si somos incapaces de conciliar la justicia y la
libertad, sino sabemos discernir lo que representa el poder
judicial y el ejercicio de su potestad jurisdiccional frente
al pluralismo político, corremos el riesgo de enturbiar
acciones y de solapar garantías jurídicas.
No estoy en contra de recuperar la memoria del pasado, la
considero necesaria, pero esto debe servirnos para que
convivamos mejor y no para dividirnos y enfrentarnos. Sería
más de lo mismo de siempre. Una sociedad que olvida su
pasado es manipulable ideológicamente pues pierde su
identidad. Pero, también, de igual modo, una sociedad que
judicializa su pasado reabre heridas por un camino confuso.
Los problemas no resueltos, algunos de los cuales repercuten
con dolorosa frustración sobre la conciencia de sus pueblos,
hay que enjuiciarlos desde el diálogo y jamás desde la
venganza. El espíritu de reconciliación y concordia, y de
respeto al pluralismo y a la defensa pacífica de todas las
ideas, que guió la transición española, es un claro ejemplo
del camino a seguir, que no fue el de la judicialización.
Para honrar y recuperar para siempre a todos los que
directamente padecieron las injusticias y agravios
producidos, de un bando y de otro, por unos u otros motivos
políticos o ideológicos o de creencias religiosas, en
aquellos dolorosos períodos de nuestra historia, no hace
falta que intervenga poder judicial alguno. Sería un fracaso
total que tuviese que intervenir. Cualquiera puede hacer
historia; pero sólo una sociedad libre, con conciencia
comprensiva, puede escribirla con renglones justos.
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