Los últimos atentados terroristas
en Bombay han vuelto a poner sobre el tapete la imperiosa
necesidad de una cooperación internacional estrecha y leal;
la pandemia del terrorismo yihadista (de matriz islamista),
se ha convertido en una peculiar internacional en un sentido
múltiple: con efectivos sin distinción de raza o
nacionalidad, unidos solo por una peculiar interpretación
dogmática y fanatizada de ciertos textos presuntamente
sagrados y capaces de golpear letalmente en cualquier lugar
del mundo. Por lo demás la historia del fenómeno terrorista
demuestra que, salvo en casos concretos (los atentados
debidos a cierta interpretación del anarquismo), las
organizaciones terroristas han contado siempre con: a) El
apoyo de un Estado; b) La retaguardia de un santuario.
¿Existen vinculaciones de ese tipo en el terrorismo
islamista de los últimos tiempos…?. En cualquier caso está
fuera de duda la imprescindible cooperación transfronteriza
de los servicios policiales y de inteligencia, a fin de
enfrentarse con posibilidades de éxito a esta amenaza
directa contra nuestros valores y nuestra común estabilidad.
No voy a referirme, en cuanto al terrorismo islamista, a las
tensiones y desconfianza existentes entre la India y
Pakistán, sino que voy a intentar ir más cerca, a Europa y
el Maghreb, empezando a sacar a la palestra cuatro ejemplos
en los que, parece ser, las aguas de los canales de
colaboración bajan turbulentas: Dinamarca, Holanda, Bélgica
y España (países todos con una abundante emigración
marroquí), frente a Marruecos, dejando a los servicios de
información exteriores de Yassine Mansouri, la DGED, en
entredicho. Y eso, créanme, no es bueno para nadie.
Holanda ha denunciado, pruebas en mano, la inaceptable y
agresiva ingerencia de los servicios marroquíes en el país;
¿le hacía falta a Rabat comportarse así…?. En cuanto a
Bélgica el responsable de la “Sureté”, Alain Winants, se ha
despachado también a gusto con sus colegas de este lado del
Estrecho. Y no se trata ya de ingerencias; el problema de
base, según se afirma, son las reticencias a colaborar por
parte de Marruecos.
En cuanto al desencuentro español se remonta al
macroatentado del 11 de Marzo en Madrid, cuya resolución se
ha cerrado en falso dejando, ahí están las evidencias,
numerosos cabos sueltos. Dada la participación en la
ejecución del mismo de ciudadanos marroquíes y conociendo la
profundidad de la información, sobre el terreno, de los
servicios de información del vecino país, la pregunta
pertinente es: ¿sabía alguien en Marruecos lo que se estaba
tramando?; ¿a dónde apunto?: a Mohamed Haddad, este
ciudadano marroquí residente entonces en España (cuyas
circunstancias conozco especialmente bien), primeramente
incriminado y luego absuelto, no tanto a mi juicio por ser
inocente, sino por una aparente falta de pruebas. ¿Quién es
realmente Mohamed Haddad…?. Solo hay dos respuestas: un
presunto terrorista (o cuando menos simpatizante) de
notorios implicados en el 11-S de Nueva York (sí Haddad,
¿qué calladito te lo tienes verdad?) y el 11-M en Madrid… o
un infiltrado, un agente de los servicios marroquíes que,
estos días, estarían intentando devolverle algún favor.
Rabat debería ser más prudente y pensar que, todo ello,
puede en cualquier momento revolverse contra sus intereses.
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