¡Al abordaje, gritaba el capitán
Garfio a sus muchachos!. Las películas de piratas me
encantaban en mi época de juventud, viendo cómo entre los
barcos piratas de libraban las batalla, contra aquellas
otras naves a las que querían robar sus tesoros. Siempre
existían los muchachitos de turno del que se enamoraba
locamente la princesa o la alta personalidad que iban en
aquellas naves que habían sido tomadas por los piratas.
Aquellos piratas, bebían ron, se emborrachaban, tenían patas
de palo, un ojo tapado y algunos hasta llevaban un loro
sobre sus hombros, incluso te caían simpáticos porque,
analizándolos a fondo, no eran tan malos como aparentaban.
Del asunto este de piratas que robaban los tesoros a los
barcos que venían de América, sabemos mucho los españoles
pero, sin duda alguna, más saben los ingleses o los hijos de
la Gra Bretaña, cómo ustedes prefieran llamarlos. Pero esa
es otra historia que, hoy, no viene al caso. Algún siglo de
estos que me coja sin nada mejor que hacer, igual la
contamos y décimos, en ella, quienes fueron los más
beneficiados o los que más nos robaron.
Todo esto de las películas de piratas con el ojo tapado, que
se emborrachaban tomando ron y que, algunos de ellos,
llevaban un loro sobre sus hombros, lo entiendo
perfectamente porque no dejaban de ser películas con las que
disfrutábamos los chavales en el cine, volviendo a siglos
pasados.
Lo que ya me cuesta más trabajo de entender. Vamos que lo
entiendo menos que un discurso de Solbes es que, en pleno
siglo XXI, con los enormes avance de la Humanidad, habiendo
llegado incluso a la Luna, existan piratas que tengan
“acongojado” a medio mundo, tomando barcos de pesca, grandes
petroleros e incluso tomando rehenes y pidiendo rescates
millonarios.
Qué grandes potencias negocien con unos piratas de
pacotillas, la recuperación de sus barcos incluso de sus
hombres, me cuesta un enorme trabajo entenderlo. Cuando el
asunto se puede solucionar en menos de diez minutos.
Los piratas se saben donde están ocultos, lo de ocultos es
un decir, igual que sus barcos. O sea que no tiene perdida
el dar con ellos, que están más localizados, que los que
tenemos teléfonos móviles. Sabiendo todo esto y que, además,
según dicen los entendidos son dos mil, ni no más, ni uno
menos. Santa Lucía le conserve la vista al que los ha
contado, para decir el número exacto sin equivocarse, la
solución es de lo más fácil del mundo. Se envían par de
aviones y en menos que canta un gallo, se “cepillan” a todos
los barcos piratas. Y como decía la sabia de mí abuela,
“muerto el perro, se acabó la rabia”
Jefe, perdone, usted lo ve de una claridad meridiana, pero
qué dirán los ”buenos” de siempre, por utilizar ese par de
aviones, para acabar con las embarcaciones que es el
sustento de toda esa pobre gente.
También tengo la solución, enano, se les entrega a los
“buenos” un documento de protesta y reclamaciones que deben
rellenar, con todas las alegaciones que quieran. Una vez
relleno, se lo pasamos al ”maestro armero” para que decida.
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