Recién llegado Francisco
Sánchez Paris a la ciudad, donde fue nacido, tras muchos
años fuera de ella, me lo presentaron un día y ni siquiera
me enteré del cargo que iba a desempeñar en el Gobierno
presidido por Juan Vivas.
Es algo que suele ocurrirme casi siempre que me presentan a
alguien. Porque suelo centrarme más en cómo es la
constitución de la persona, sin caer en la impertinencia,
que en prestarle atención a lo que se dedica. Y la
constitución somática de Sánchez Paris me indujo a pensar
que estaba ante una persona fiable y bondadosa.
Nunca se me ha dado mal juzgar a la gente a través de su
fisonomía; pero tampoco es menos cierto que los yerros
cometidos han sido sonados. Equivocaciones, eso sí, que no
han mermado mi tendencia a sacar conclusiones de los demás
dejándome llevar por sus facciones, sin conocer antes su
naturaleza.
Poco después de esa presentación, mantuvimos Sánchez Paris y
yo una conversación en la cual le adelanté los muchos
problemas que tendría como asesor de Vivas. Y lo puse al
tanto, aunque por encima, de mis conocimientos acerca de
varios individuos que viven pendientes y obsesionados de que
sus rivales se queden ciegos por más que en el empeño ellos
terminen viendo con un solo ojo.
Personas con las que él, muy pronto, debería tratar y sufrir
las consecuencias de las incomprensiones, por lo antes
reseñado. Debido a que todo apuntaba ya a que Sánchez Paris
sería el encargado de mantener las relaciones, siempre
complejas, con los medios de comunicación, entre otras
obligaciones.
En esa conversación, sostenida en un despacho de la planta
que la leyenda urbana dice que está habitada por fantasmas,
le conté al todavía nada más que asesor de la presidencia
modos y maneras de actuar de ciertas personas con las que
tendría que despachar. Y lo hice basándome en el
conocimiento que de esas personas adquirí durante años, por
haber compartido con ellas muchas horas de trabajo.
Pasaron varios meses, quizá más de un año, antes de que el
nombre del ya director General del Gabinete de la
Presidencia comenzara a sonar fuerte y fuera sometido a una
persecución que despertó incluso la curiosidad de quienes no
le prestan atención a cuanto sucede con relación a los
asesores y cargos que pululan alrededor del presidente de la
Ciudad. Persecución que le anticipé que se produciría un día
de verano en que Sánchez Paris, por ser como es, disgustó mi
vena susceptible y propició que mi altanería saliera en
tromba.
Al cabo del tiempo, ha habido que esperar varios meses, he
vuelto a tener otra charla con Sánchez Paris. La que nos ha
permitido recordar cuestiones pasadas y presentes. Y hasta
decirnos lo que más nos gusta o nos disgusta de nosotros.
Él, por ejemplo, cree que yo suelo escribir frívolamente, a
veces, de cosas serias. En cambio, él me parece a mí un tipo
sorprendente; alguien que apenas tiene conocidos, pero
siempre está al tanto de todo. Aunque en general, no es ni
mucho menos un mal tipo como aseguran sus enemigos. Que los
tiene y están localizados.
Y, desde luego, ha de ser muy eficaz como asesor. Pues,
habiendo sido sambenitado en plaza pública, sigue siendo la
sombra de Vivas y una figura que ha terminado por imponerse.
Lo cual le ha costado, nada se obtiene porque sí, dolencias
que no esperaba.
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