El 19 de agosto de 2007 para ser
exactos (aunque también me remito a las columnas de los dos
días siguientes), les comentaba el caso de un joven
ingeniero en Mekinés, quien habría intentado inmolarse en un
acto terrorista al uso (me niego a emplear el término “kamikace”,
mi respeto para los aviadores nipones de la II Guerra
Mundial) haciéndose detonar el 13 de agosto de 2007 contra
un autobús de turistas, causando varios heridos pero,
afortunadamente, ningún muerto; él mismo salió gravemente
lesionado, pero vivo. El artefacto empleado no pudo ser más
artesanal pese a la formación universitaria (graduado por la
Escuela de Ingeniería de Casablanca en 2001) del autor: una
pequeña bombona de gas y un detonador. Recientemente, la
Corte de Apelación de Rabat ha confirmado la pena a la que
había sido condenado en Primera Instancia: prisión perpetua.
Por el contrario, el terrorista que habría influido en la
decisión del joven ingeniero, un tal Hassan Azougar (?quien
es exactamente?), habría sido condenado en firme a tan solo
ocho años de prisión cerrada.
El “caso Doukkali” encierra, en sí mismo, diferentes
interpretaciones así como varios enigmas: en primer lugar el
ambiente ideológico que habría influido en su
comportamiento, pues curiosamente y desde su estancia en
Tánger en 1988, era militante de una organización radical
pero que siempre ha condenado la violencia, “Justicia y
Espiritualidad”; en segundo lugar su posición social:
Doukkali, natural de Khémisset (ciudad de unos 120.000
habitantes, esencialmente berebere, situada a 77 kms. de
Rabat y 55 de Mekines) y en la treintena de la vida, había
logrado un puesto como funcionario en la delegación del
ministerio de Finanzas de Pekinés (de hecho trabajaba en la
oficina de impuestos), disfrutando por tanto de una posición
confortable y con expectativas; es decir, no se trataba de
un paria o un desarrapado, un pobre muchacho que intentaba
sobrevivir en un barrio marginal. Esto me parece, en contra
de mucha y sesuda literatura al uso, altamente relevante.
También hacer constar que, en principio, la llamemos “célula
Doukkali” estaba inicialmente formada por al menos dos
ingenieros confesos más (detenidos posteriormente por la
policía), que se habrían echado atrás en el último momento.
Permítanme una reflexión: ¿quién es más criminal, el que
asesina o el que ordena…?; ¿el terrorista de base o el
terrorista ideólogo…?. Ahora que el Estado marroquí está
dialogando con los “emires de la sangre”, los jeques de la
salafiya yihadista responsables de la ideología que ha
sembrado el terror estudiando, parece ser, su puesta en
libertad baja ciertas condiciones (repasen si gustan el
Sniper del 1 de julio de 2007) con motivo de la inminente
festividad de la Pascua musulmana (Aïd Al Adha, 8 de
diciembre), parece un tanto desproporcionado que Hicham
Doukkali sea condenado a cadena perpetua máxime cuando, ante
los magistrados que le han juzgado, se arrepentía de su
acción aceptando su gravedad. La Corte de Apelación de Rabat
no parece, en este caso, haber considerado ninguna
circunstancia atenuante. Bien, pero ¿y los inductores del
clima de terror, los emires del salafismo yihadista, qué?;
¿a comer corderito en casa…?. Veamos: sobre Hassan Kettani
aletearía la sombra de la duda (“in dubito pro reo”), pero
Mohamed Fizazi y Abou Hafs se merecen bien seguir bajo
rejas.
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