Coincidí con Mabel Deu en la plaza
de la Constitución y me dijo que había pasado un mal rato
durante la celebración del acto dedicado a la Violencia de
Género. Porque, debido a problemas de tensión, no se
encontraba bien y allá que se encaminó deprisa y corriendo
hacia donde pudieran aliviar su situación. No sin antes oír
mis deseos de que cuanto antes recobrara la normalidad
arterial.
Semejante contratiempo me impidió preguntarle a la Consejera
de Educación, Cultura y Mujer las razones que había tenido
para no incluir a Juan Luis Aróstegui entre las
personas que han sido designadas para que se rotulen calles
con sus nombres. Y estaba dispuesto además, a pesar de ser
de dominio público que la tengo en alta estima, a mostrarle
firmemente mi repulsa por cometer tan flagrante injusticia.
Una injusticia tan evidente, que a estas horas me resulta
inconcebible creer que la gente no se haya lanzado ya a la
calle pidiendo a gritos que una calle de Ceuta lleve el
nombre de Aróstegui. No sólo por su dilatada y destacada
labor como secretario general de Comisiones Obreras sino, y
he aquí su mayor mérito para esa concesión, porque como
político es seguro que tardará muchos años en nacer otro
igual.
Como sindicalista, quién no recuerda al hombre que
fiscalizaba los cierres de los comercios al frente de un
grupo de aguerridos y ejemplares ciudadanos que ondeaban la
bandera de la libertad en todos los sentidos. Gracias a
ellos, y sobre todo al liderazgo ejercido por el secretario
general, los comerciantes pudieron darse cuenta de que las
cerraduras de sus comercios eran de chichinabo. Y sólo
entonces decidieron gastar dinero en poner mecanismos
capaces de resistir la maniobra de los ‘cacos’. Que, por
aquellos tiempos, eran muchos y muy peligrosos.
En lo tocante a su carrera política, pocas personas se
atreverían a negarle a Juan Luis sus éxitos como concejal en
el Ayuntamiento. Éxitos que se verían confirmados por
innumerables ciudadanos si, por ejemplo, la televisión de
Manuel González Bolorino saliera a la calle y preguntara
sobre aquellos años dorados de Aróstegui, cuando ejercía de
poderoso político municipal.
Seguro que la gente diría de él que ha sido el hombre más
bueno que ha habido para las personas más necesitadas.
Seguro que la gente se desharía en elogios hacia quien
implantó en el Ayuntamiento unas normas para acceder a un
empleo que todavía no han sido igualadas por ningún otro
político. Tampoco la gente se mordería la lengua al
reconocer que hizo una gestión de los fondos públicos que
aún se tiene como arquetipo. Con relación a la distribución
de las viviendas protegidas, la gente diría que jamás el
reparto que se hacía en sus tiempos de político omnipresente
y omnisciente, ha conseguido ser superado en equidad.
Y así, la televisión privada, cuyo propietario dice que es
mejor que la pública, se vería obligada a permanecer días,
meses y años en las calles, porque así lo querrían los
ciudadanos en general con el fin de destacar los
merecimientos de Aróstegui para que a una calle de la ciudad
le pongan su nombre.
Y uno piensa que el Gobierno de la Ciudad, antes de que lo
dicho suceda, debería reunirse urgentemente a petición de
Mabel Deu, para aprobar que el Alfonso Murube pase a
llamarse campo de Juan Luis Aróstegui. Pues más vale
prevenir que lamentar.
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