Hace dos semanas, más o menos,
tuve la oportunidad de conversar un buen rato con Pedro
Gordillo y Juan Manuel Doncel en la sala de estar
del Hotel Tryp. Conversación que aproveché para quitarle
hierro a las furibundas críticas que suele recibir el
primero por parte de sus numeroso enemigos.
Pero además de escribir sobre la importancia que tiene que
tales críticas no influyan en el estado de ánimo de Gordillo
y le causen una crisis de personalidad, creo recordar que
destaqué su predisposición a charlar de manera relajada y a
mostrarse sumamente agradable.
Así, se daban todas las condiciones para que yo me pudiera
expresar con absoluta tranquilidad a la hora de responder a
las preguntas que me hizo el vicepresidente de la Ciudad en
relación con las funestas actuaciones que viene teniendo la
Asociación Deportiva Ceuta. Y es que Gordillo, aunque
ustedes no lo crean, está tragando quina con el mal
rendimiento de un equipo que ha costado una fortuna pública
y cuyos dirigentes han perdido el oremus. Y lo han perdido
por no saber mantener la disciplina en un club que siempre
la mantuvo a rajatabla. Y es que jamás antes se había visto
una trifulca de dos técnicos en los medios echándose en cara
errores que nunca debieron airear a los cuatro vientos.
Gordillo está afectado por todo lo que viene ocurriendo en
el seno de la institución deportiva. Lo cual es
comprensible: ya que hace tres temporadas fue quizá la
persona más empeñada en que el club cambiara de presidente.
Y como estaba en su derecho de hacerlo, pues decidió que
había llegado el momento de probar fortuna con otros
directivos a ver si, al fin, se lograba un ascenso que tanto
se venía resistiendo.
Al proyecto se sumaron varios individuos. Y lo hicieron
embozados pero siempre atentos a dar la cara en el momento
adecuado para recoger las ovaciones de los éxitos si éstos
llegaban. Con tan mala fortuna que el equipo tan mal
presidido como dirigido, desde el banquillo, pego un petardo
que a punto estuvo de costarle el descenso de categoría.
A tamaño fracaso deportivo se sumó el desconocimiento de una
contabilidad, al parecer un calco de lo que se ha venido
haciendo en la Federación de Fútbol, y Gordillo hubo de
decirles a esos individuos que Puerta, Mondeño
y Camino. Que no habían estado a la altura que de
ellos se esperaba. Y que él no estaba dispuesto a seguir
apoyando una causa perdida.
Como se imponía un cambio, la nueva directiva se formó
mediante las bendiciones de quien presidía la Federación de
Fútbol y el visto bueno del presidente de la Ciudad y a
Gordillo se le convenció para que no dejara de asistir al
palco de autoridades. Porque, dado que no es muy aficionado
al fútbol, le cuesta lo indecible ir los domingos a ver un
equipo perdedor.
Tampoco la nueva directiva acertó en su primera temporada.
Pero en la segunda se llegó a tocar el cielo y Gordillo,
como todos los políticos populares, decidieron festejarlo a
lo grande. El vicepresidente tuvo la mala suerte, además, de
colocarle una insignia de oro a un entrenador que no sabe
por qué gana ni por qué pierde. Gordillo me confesó, días
atrás, que Benigno Sánchez lo saca de quicio. Y que
debe morderse la lengua en el palco para no poner el mingo.
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