No hay que ser ninguna lumbrera
para pensar que la educación es de extrema importancia para
el futuro de un país. Sin embargo, desde hace tiempo nuestro
sistema educativo es tan pésimo que los chavales abandonan a
temprana edad. De poco van a servir esa docena de medidas
encaminadas al enganche escolar. Es un engañabobos más. Ya
desde el mismo momento que se ha dejado de defender a la
familia, punto de referencia insustituible, también se ha
dejado de defender a la educación. Es preciso educar a las
personas para que sepan y quieran usar lo que han aprendido
a favor del bien y no del mal, instrucción que comienza a
aprenderse en el hogar. La educación sigue estando en manos
de los políticos de turno, de las comunidades autónomas y
sus gobiernos, empeñados en adoctrinar y en imponer sus
propios proyectos, cuando instruir es todo lo contrario, ha
de hacerse en libertad para formar personas libres, que no
sean y no se conviertan en esclavas de sus propios vicios.
Esto, evidentemente, requiere consensos y pactos. Que los
poderes públicos se alejen de esa inherente garantía
educacional, desvirtuando una programación general de
enseñanza en todo el país, obviando la participación
efectiva de todos los sectores afectados, es la mayor
torpeza de un Estado social y democrático de Derecho.
Ahora se pretende “parchear” un sistema educativo para
reducir el abandono escolar, algo que por si mismo ya está
totalmente viciado, cuando lo que urge es un gran pacto
educativo, con todos los agentes implicados, para cambiar y
unificar lo que actualmente es un desastre total, puesto que
el fracaso se dispara. A la familia hay que darle el
protagonismo que le concierne y no se lo da. Es preciso que
vuelvan a apropiarse de la función educativa que les
compete. El hogar familiar, por principio, es la primera
escuela de vida y de virtudes sociales, la primera escuela
de ciudadanía y de valores. Y el sistema debe poner en el
centro a la persona con sus necesidades en la globalidad, es
decir, haciéndose cargo del crecimiento íntegro del
educando, en todas sus dimensiones. La educación como viene
sucediendo en las últimas décadas, nunca debe ser objeto de
confrontación ni de división. En realidad, no sólo están en
la causa de este retroceso educativo, las responsabilidades
personales de los adultos y de los jóvenes, que sin duda
cohabitan y no deben esconderse, sino también un sistema
educativo floreado de doctrinas insustanciales, propiciado
por gobiernos incompetentes que incluso fagocitan lo que no
les corresponde. En suma, que pocos incentivos puede dar un
sistema educativo incapaz de transmitir reglas de
comportamiento y objetivos creíbles sobre los que se pueda
construir la propia vida.
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