El nacimiento del Instituto
Municipal de Deportes generó muchas ilusiones en una ciudad
donde si bien primaba la afición y el interés por el fútbol,
había también deportes muy arraigados en ella y otros que
comenzaban a despertar muchísimo interés.
Y se pensó que semejante organismo podría muy bien acoger en
su seno a personas capacitadas para asesorar a deportistas
con aspiraciones y asimismo aficionados, organizar
acontecimientos deportivos y, sobre todo, hacer que los
niños pudieran crecer en escuelas de juegos que tanto ayudan
a la formación de los jóvenes.
Conviene decir cuanto antes, sinceridad obliga, que el
nacimiento del IMD se produjo cuando era palpable la
carencia de instalaciones deportivas. En cambio, pronto se
convirtió en un organismo donde había más empleados de los
que realmente eran necesarios.
Con lo cual estamos hablando de una contradicción
auspiciada, sin duda, por los políticos que vieron la
posibilidad de colocar en el IMD a personas de su confianza.
Y allá que se repartieron ese derecho por medio de cuotas
acordes con el poder que tuviera cada cual en aquella
Corporación Municipal.
El Instituto Municipal de Deportes, conocido ahora como ICD,
fue concebido con muy buenas intenciones, pero éstas se
torcieron rápidamente. Debido a que su tan cacareada
autonomía propició que algunos individuos, tan faltos de
vergüenza como de escrúpulos, se aprovecharan del invento
para vivir a cuerpo de rey.
Yo conocí lo que era el IMD en los años ochenta. Y cómo
funcionaba por dentro la sede del organismo, sita entonces
en el pasaje de González de la Vega. Allí me fue posible
comprobar de qué manera los cimientos de aquel entramado
deportivo eran tan inconsistentes como para hacer posible
que la obra creciera en permanente estado de ruina.
Ruina que, aunque apuntaladas con las mejoras que se han ido
produciendo en lo tocante a instalaciones, es cada vez más
percibida por los ciudadanos. Así, la cosa ha llegado a un
punto en que no me extraña que el presidente de la Ciudad,
antes de que en cualquier momento se produzca un derrumbe
del organismo y cause estropicios irreparables, haya pensado
en acabar con la autonomía de algo que jamás ha dado la
talla exigida, por no haber cumplido con los objetivos
previstos.
Juan Vivas, por si ustedes no lo saben, es quien más
conocimientos tiene de cuanto ha venido aconteciendo en el
ICD, desde el primer día. Miento: Vivas conoce el ICD mucho
más que todo eso; pues no en vano es el padre de la
criatura. Eso sí, en una época donde él, como funcionario
destacado, se veía obligado a tomar decisiones contrarias a
su voluntad. Para no tener que enfrentarse a esos políticos
que usaban el organismo autónomo para favorecer a su
clientela y, por encima de todo, como sitio ideal para hacer
negocios más que rentables. De acuerdo, claro está, con
algunos de los que aún disfrutan de una vida muelle, y
magníficamente remunerada, en el ya tantas veces reseñado
instituto deportivo.
En fin, que lo dicho a lo mejor le vale a Mohamed Alí
para que, si a bien lo tiene, me pregunte algún día por
cuestiones relacionadas con el organismo deportivo y
autónomo; de modo que conociendo su pasado le sea más fácil
hablar de un presente sin exponerse a dar palos de ciego.
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