Reordenando, para variar, libros y
papelajos me topo con la tesis de la antropóloga Nancy
Turner, quien allá a mediados de la década de los ochenta
avanzaba un novedoso planteamiento antropológico sobre el
papel de la mujer como motor de la evolución humana en su
libro “Madres, utensilios y evolución humana”. Turner
sostiene el vital papel de las hembras en la recolección de
alimentos, su almacenamiento y el reparto de los mismos, así
como en la fabricación de utensilios de piedra y hueso,
factores vitales que habrían incidido en la evolución
anatómica del género humano y en el desarrollo de los
factores de humanización de la nueva especie. La antropóloga
norteamericana señala, implícitamente, algo ya sabido: el
papel determinante de la mujer en la alborada de la cultura
y su rol de “sexo fuerte”, aunque la fama se la apropie el
hombre que logra imponerse, con el tiempo, en base a la
fuerza.
El nacimiento de la espiritualidad humana en los cultos
primigenios apuntan, primero en el Paleolítico (dejando a un
lado las hábitos funerarios practicados por los
neandertales) y luego en el Neolítico, la aparición de
abundantes esculturas de figuras femeninas, sin rostro pero
con los caracteres sexuales muy acusados, que muy
probablemente indican un culto familiar-clánico; es decir,
puede afirmarse la presencia inicial del culto a una
divinidad femenina, como reseña E.O. James: “Con la
transición que se produjo del estadio en que el hombre tenía
que buscar su sustento a aquél en que lo producía, el
principio femenino siguió predominando en todo lo
concerniente a los misteriosos procesos del nacimiento y de
la generación”. De ahí se saltaría al culto, procedente de
Asia Menor (también practicado en el valle del Indo, cultura
de Mohenjo-Daro), a la Gran Diosa-Madre, muy numeroso bajo
diferentes formas y nombres que irradiando desde Creta, su
centro de gravedad en el Mediterráneo, se extendió a Egipto,
Malta y España (cultura de los Millares, en Almería y
otras). Por el contrario, el desarrollo de un dios masculino
creador y excluyente, alternativo a la arraigada creencia en
la diosa-madre- es relativamente creciente y con origen muy
focalizado (Oriente Medio), comenzando a desarrollarse -e
imponerse- a partir del Tercer Milenio antes de la Era
Común.
Ya sé que parto con el enunciado de la columna de un
apriorismo dogmático común al pensamiento religioso, que
invierte el razonamiento y las pruebas sin demostrar, en
ningún caso, aquello que afirma, la supuesta preexistencia
de una deidad (póngale el lector nombre) además de plasmar
una dicotomía entre la teórica idea de Dios y las
interesadas formulaciones de (todas) las religiones
establecidas, puras vendedoras de viento. Mi idea es solo
llamar la atención sobre la marginalidad de la mujer,
teológica y práctica, en las religiones reveladas. En el
Corán la mujer es inferior (al menos un poco…) al hombre y,
en el Catolicismo, las mujeres son discriminadas para
puestos jerárquicos, ni tan siquiera pueden ser sacerdotes…
Una clara vulneración constitucional, ¿no les parece?.
Retomando el hilo, se advierte en el seno del Catolicismo
una ola de recuperación del culto mariano, a la Virgen (la
figura de María es también altamente valorada en el Corán),
en clara competencia con la idea-fuerza, más abstracta, de
Jesucristo. ¿Una vuelta, sutil, al origen del culto a la
Gran Diosa-Madre…?; ¿y si Dios, en el principio y final,
resultara que es mujer…?
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