Pasada la cumbre de Washington,
donde los líderes de las principales economías del mundo,
ricas y emergentes, sellaron con una foto el acuerdo de una
acción pública masiva, pienso en lo que ha de significar el
desarrollo para el mundo, para todo el mundo, puesto que si
es el mejor de los bienes hay que hacerlo extensivo a toda
la humanidad. El hecho de que no se acepten límites éticos
al desarrollo, que los pobres cuenten apenas nada en los
foros de las superioridades, el iceberg de la injusticia nos
apunta de frente. El problema no es un nulo proteccionismo,
sino el cómo ayudar a los países en recesión, pobres o
subdesarrollados. Si son migajas para las muchas necesidades
se habla de indiferencia egoísta o de practicar la mera
beneficencia. Si es mucho lo que se entrega, puede brotar la
ociosidad y la corrupción. Si la inversión es en escuelas y
hospitales se corre el riesgo de ser etiquetados como
dominadores. Por desgracia, suele pasar que cuando un líder
lanza una propuesta casi siempre otro dice lo contrario. Al
final, siempre pierden los mismos, quienes viven en la
miseria, que suelen quedarse igual con cumbre que sin ella.
“La crisis financiera puede llegar a convertirse en una
crisis humanitaria si no actuamos”, son palabras del
secretario general de la ONU, Ban Ki-Moon. Lo cierto es que
la actual crisis se está cebando con multitud de barriadas
obreras. No hace falta ir más lejos de nuestro propio país y
entorno, en nuestro propio hábitat se percibe. Acercar
nuestra economía al objetivo del pleno empleo y mejorar la
calidad del trabajo parece un imposible. Hoy ya nadie se lo
cree, aunque fue propaganda electoral hace bien poco en
nuestro país. Personas de todas las edades y mundos,
acrecientan el número de desempleados o se amparan en
trabajos inestables y discontinuos, con salarios
tercermundistas. La situación empieza a ser tan desesperante
para muchas familias que vuelve a resurgir el asociacionismo
como medio de sumar esfuerzos y compartir ideales a través
de las respuestas colectivas, mientras que los sindicatos de
trabajadores siguen mudos, a pesar de que estos deben
contribuir a la defensa y promoción de los intereses
económicos y sociales. Una experiencia vivida recientemente
avala lo dicho. Los desocupados de un barrio de Granada,
viendo que todas las puertas se les cierran, han decidido
fundar la Asociación de Parados de la Barriada Granadina de
Casería de Montijo. Para empezar, han comenzado a
reivindicar el empleo trabajando en los espacios públicos de
su barrio.
La citada asociación, inmersa en un barrio donde la
presencia de la parroquia está siendo fundamental, nace como
un instrumento de participación ciudadana con continuidad y
proyección en una zona que aglutina a varias etnias y
culturas, con presencia de senegaleses, marroquíes,
ecuatorianos, rumanos, etc. Al ser un barrio muy ligado a la
construcción, con gran afluencia de inmigrantes muchos de
ellos indocumentados, la marginalidad y la exclusión saltan
a la vista a poco que uno pasee por sus calles. Siempre se
ha dicho que en los momentos de crisis, sólo la imaginación
es más importante que el conocimiento.
Como botón de muestra esta población de parados. Una vez
constituida la asociación, previo haber redactado los
estatutos con la incondicional ayuda del cura, - Manuel
Velázquez-, ha llegado el momento de poner a trabajar la
creatividad. ¡Y vaya qué si son creativos! Hace unos días
pintaron y adecentaron una pequeña plaza que sufría cierto
abandono. Una vez conseguido los materiales donados y
cedidos por vecinos y empresas, –la parroquia ha contribuido
con la entrega de la pintura-, el objetivo lo tienen claro:
reivindicar el trabajo haciendo lo propio, trabajando. Otros
miembros ya están preparando una obra de teatro. Por cierto,
el único arte donde la humanidad se enfrenta a sí misma.
Como es de suponer, el tema será la crisis en el barrio, por
si todavía hay algún sector de la sociedad que pretende
ignorarles e ignorar su aflicción.
Aplaudo que la parroquia se haya convertido en un espacio de
acogida, convivencia y reflexión. Funciona ya un taller de
forja y soldadura para jóvenes y ahora se está iniciando
otro taller de encuadernación. También se dan clases de
idiomas para inmigrantes, que es la primera herramienta que
necesitan para abrirse paso entre nosotros. La verdad que
sorprende el interés de los emigrantes por conocer el
castellano. Sin embargo, uno de los miembros de la
asociación, Babacar Samb, lo tiene claro. “Tenemos el deber
de integrarnos totalmente y saber usar esta lengua es un
derecho prioritario para muchos de nosotros”. Al fin y al
cabo, cohesionadas las culturas y los cultivos del
conocimiento, una misma meta les afana y desvela a este
grupo de parados de la barriada granadina de Casería de
Montijo, que se haga realidad en sus vidas el deber de
trabajar y el derecho al trabajo como dice la constitución.
El desempleo, la marginalidad y exclusión de ciertas
poblaciones, son factores de tal gravedad que exigen una
reacción inmediata por parte de todos los que poseen medios
para ello. Acaso en ningún sector de la actividad humana
exista mayor necesidad de solidaridad social que en el área
del desarrollo. Considero, pues, que hace falta avivar y
reavivar una visión más justa del desarrollo, donde mujeres
y hombres, sean verdaderamente la prioridad, el punto de
referencia, y no sólo receptores pasivos.
Además, el fenómeno actual de familias divididas, de
miembros de familias a los que la conciliación laboral es
pura ficción, o el mismísimo aluvión de jóvenes ya
emancipados o matrimonios con hijos, que regresan a la casa
de los progenitores porque se han quedado sin techo por el
impago de la hipoteca…, son signos de subdesarrollo moral y
de una sociedad que ha trastocado sus valores.
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