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OPINIÓN - MARTES, 18 DE NOVIEMBRE DE 2008

 

OPINIÓN / LAS NOTAS DEL QUIM

Volver a empezar
 


Quim Sarriá
quimsarria@elpueblodeceuta.com

 

Me siento tremendamente raro. Estoy desplazado en el tiempo, pero no en el espacio, retornando hasta aquél día en que me despedí de mis compañeros de la empresa. Tengo la sensación de que he retrocedido año y medio, o de que el tiempo se paró aquel día.

¿Qué me pasa?, pues que vuelvo a trabajar, aparcando mi condición de jubilado y dejándola en la cartera de mano bien guardada.

No es que sea por la crisis, aunque ahora aprieta bastante no ahorca, sino que debo y tengo que cumplir la parte que me corresponde del convenio laboral y profesional. O sea que vuelvo al tajo porque mi situación es ésta: se acabó lo que se daba del 85% de jubilación. Ahora he de cumplir el 15%. Fastidioso, de veras, volver al despacho que dejé.

Muchas cosas han cambiado. Desde la desaparición de un compañero de trabajo y de comidas al que un repentino infarto lo quitó de en medio, hasta descubrir nuevas caras. Una de estas nuevas caras ha tomado posesión del que fue mi despacho, que está ahora irreconocible, y se niega en redondo a dejar “mi sillón con respaldo acolchado y apoyacabezas”

El director es nuevo, no lo conozco hasta ayer, y al verme entrar en las oficinas, averiguando quién soy, se ha quedado de una pieza. No sabe, así de sopetón, donde “ponerme”. Declara que lo he pillado por sorpresa y que al no esperarme no ha tomado diligencias… buenos estamos, entro de nuevo en la empresa municipal y sólo para mirar musarañas. Cobrando desde luego.

Este es el problema de la nueva generación de jubilados parciales. Aparte de la congoja que produce a algunos regresar de nuevo al tajo, existe el meollo del puesto de trabajo.

Ahora he de volver a empezar a conocer a mis nuevos compañeros, los antiguos ya no están porque al ser de la misma edad han ido jubilándose, también parcialmente, a lo largo de ese tiempo en que he permanecido fuera. Otros se han jubilado totalmente al cumplir la edad reglamentaria…

He de volver a empezar a acostumbrarme a la rutina horaria de entrada-salida-comida-entrada-salida a horas fijas.

He de volver a empezar a trabajar con el programa informático que usa la empresa y para ello necesito estudiar el mismo al ser distinto al que tenía entonces.

He de volver a empezar a tomar café a las diez, pero sólo tomarlo en la máquina ubicada en el vestíbulo. No existe tiempo para salir a la cafetería, entablar conversación con conocidos, darme una vuelta por el mercado y regresar media hora o dos horas después. Eso se estila en Ceuta, aquí es imposible.

Lo malo, ¿o bueno?, es que mi nuevo despacho está en Miramar, casi en la cima de Montjuic, la montaña de Barcelona que tiene fama mundial porque en sus estribaciones se celebran ferias y congresos.

Es un nuevo despacho, amplio y con ventanales que dan a la ciudad y que se ve en toda su grandeza. Pero no es un despacho solo para mí, como el de antes, sino un despacho multicompartido. ¿Qué le vamos a hacer? Lo raro es que ahora me veo rodeado de caras jóvenes, de 20 a 30 años, cuando antes el más joven tenía 58 años.

Es ley de vida, unos se largan y otros llegan.

Lo raro está en que yo regreso.

El acceso hasta mi nuevo despacho es totalmente innovador: en funicular. Un funicular que funciona totalmente solo, digo automáticamente solo. Me deja un poco perplejo cogerlo a primera hora de la mañana. Su plataforma es escalonada y normalmente a primera hora está completamente vacío. Solo yo. Cuando arranca, me arranca un respingo. La subida a la montaña, a través de un estrecho túnel, la hace lentamente, en completo silencio sepulcral y ello me hace pasar por la imaginación que estoy entrando en un horno donde se incineran cadáveres. ¿No te jode?

La sensación que percibe uno al entrar de nuevo en el trabajo es la de encontrar gente que miran como si vieran un viejo paquidermo que viene a invadir su aséptico espacio. La autosuficiencia se nota como un halo que rodea a mis nuevos compañeros. ¡Qué raro me siento!
 

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