El sentimiento de culpa hace que algunos padres manipulen a
sus hijos tras la separación. Este tipo de progenitores no
ha podido construir su identidad adulta. Las alianzas de
padres e hijos, contra el otro miembro de la pareja, son
perjudiciales para los pequeños.
Los padres, quiéranlo o no, tienen una influencia
determinante sobre sus hijos, unas veces por acción y otras
por omisión. El modo en que las sociedades o las personas
miran a los niños implica una forma de pensamiento acerca de
la infancia.
De otro lado, la relación con ellos está mediatizada por las
vivencias que el adulto haya tenido durante su propia niñez.
Los hijos movilizan afectos y emociones que antes de ser
madre o padre no podíamos imaginar. Influimos sobre ellos
con nuestras palabras, con nuestros deseos, y los educamos
porque somos responsables de que sepan manejarse en la vida.
Gran parte de la influencia que ejercemos sobre nuestros
descendientes es inconsciente y viene, por lo tanto, desde
nuestro lado más desconocido. Con los hijos reeditamos, en
alguna medida, la historia vivida con nuestros padres, parte
de la cual permanece reprimida.
La manipulación consciente del hijo por parte de uno de los
progenitores se da en pocas ocasiones; lo contrario
representaría convertir al niño en un instrumento al
servicio de los intereses adultos, lo que le perjudicaría
gravemente. La manipulación, cuando se da, se ejerce con
frecuencia de manera inconsciente y creyendo que se defiende
al niño.
Un caso típico es el del cónyuge que lo aleja o lo enfrenta
al otro miembro de la pareja. Cuando esto ocurre, no se está
funcionando como padre o madre, sino como una persona
narcisista que, incapaz de resolver sus conflictos con sus
progenitores, se comporta de forma infantil, poniendo al
niño en una situación que no le corresponde.
Este tipo de padres o madres manipuladores no han podido
construir una identidad adulta, en la que se hayan resuelto
los retos psicológicos precisos para alcanzar una
subjetividad sin demasiadas ataduras al pasado.
Paliar la culpa
Siempre que vuelve el domingo por la tarde a casa de su
madre, Jorge protesta porque ha tenido que dejar a su padre,
con el que pasa el fin de semana. Este padre le llena de
regalos y no le pone ningún límite porque quiere que el niño
desee estar con él más que con su madre.
Cuando María acoge a su hijo de nuevo, tiene que ejercer
sobre él una presión importante para que acepte las reglas
educativas básicas. María se separó de Fernando cuando Jorge
tenía sólo dos años. El deterioro llegó tan pronto a la
pareja porque ninguno de los dos había elaborado las
relaciones con sus propios padres. Fernando era un hombre
muy intenso con su madre, aunque muy ambivalente, porque
ella era la que le había puesto límites y le había educado
prácticamente sola, pues el padre dejaba todo en manos de su
mujer. Cuando se convirtió en padre, la imagen interiorizada
de su madre comenzó a dominarle y dejó que fuera su mujer la
que se encargara de todo. Los celos que sentía hacia su hijo
le produjeron mucha culpa y se inhibió de la función
paterna. Si ahora lo llena de regalos es para paliar la
culpa que siente hacia él y también para que sea María la
que ejerza el papel de mala de la película, poniendo límites
a su hijo y ocupándose de su educación. Eso es lo que hizo
con él su madre, a la que inconscientemente sigue atado como
un niño, lo que le impide colocarse en el papel de padre. Al
mismo tiempo, se venga en su mujer de ese poder que atribuye
a su madre, de la que depende demasiado y a la que a veces
odia por ello.
Cuando no se ha elaborado la relación con los progenitores y
las identificaciones con ellos son conflictivas, es común
que se tengan dificultades en los vínculos con los hijos.
Este tipo de padres se identifican con sus propios
descendientes y se pelean a través de ellos con su pareja.
En tales casos, los niños siempre descubren los puntos
débiles de los padres y los pueden utilizar, por supuesto
sin ser conscientes de ello. Cuando la actitud de los
progenitores, en relación a los hijos, está dominada por el
deseo de ser el más querido de la pareja, el hijo no tiene
un lugar saludable y puede sufrir síntomas que le hagan
sentirse mal, desde depresiones a fracaso escolar, toda una
gama de padecimientos que en alguna medida señalan que no
tiene una posición infantil conveniente para su edad.
“Niños tapadera”
Algunos padres o madres no pueden combinar, por conflictos
infantiles reprimidos, estas funciones con la de ser también
un hombre o una mujer para su pareja. Las alianzas de los
padres con los hijos en contra del otro miembro de la pareja
son claramente perjudiciales para los más pequeños y se
deben, por lo general, a que los progenitores no han podido
superar sus relaciones edípicas.
En determinadas situaciones conyugales, aparecen lo que los
expertos denominan “niños tapadera”, porque su función es
tapar o esconder con sus conflictos y enfermedades lo que
ocurre en la relación de pareja.
Evitar errores
El Síndrome de Alienación Parental fue definido por un
psiquiatra de las fuerzas armadas de EE.UU. que se suicidó
en 2003. Se da cuando uno de los progenitores manipula al
hijo en contra del otro. La exposición de este síndrome
contiene graves errores y carece de rigor científico, pues
niega el inconsciente tanto del niño como de los padres y
hace recaer la culpa sólo en un miembro de la pareja, casi
siempre la madre.
Nadie puede arrebatarnos el papel de madre o padre. Si bien
es cierto que el otro, sobre todo en casos de separación,
puede poner dificultades.
Atacar al cónyuge delante de un hijo siempre es peligroso y
se puede volver en contra de quien lo hace.
|