Vengo de una reunión, en Sitges
(Barcelona), en la que se ha tratado de muchos temas entre
los que destaca el dedicado a la violencia doméstica en
general y el posterior comportamiento de los protagonistas.
No he quedado satisfecho al salir de dicha reunión. Muchos
de los que participaron, desde víctimas de la violencia de
género hasta víctimas de bandas terroristas amateurs y
profesionales, mantienen un carácter totalmente amargado y
rencoroso, a pesar de que se les ha resuelto la vida de
maravilla y el grano de su problema, o bien desapareció
completamente o bien purga sus culpas en cierto calabozo.
He notado que muchos mantienen el ánimo de la venganza
cotidianamente regado para que no decaiga ni un momento y
que une a esa compostura un esfuerzo por despreciar
profundamente las más sencillas reglas de la convivencia…
todo porque alguien sobrepasó, para mal, una relación.
Que uno haya sido objetivo de un atentado y que ese atentado
resultara fallido, no le da derecho, en absoluto, a tomarse
la justicia por su propia mano contra cualquier persona que
esté en el lugar contrario al que desea la persona que se
siente víctima.
Tampoco es de recibo que amenacen, desprecien o ultrajen a
quién no puede, ni tiene, por qué hacerle un favor, sea éste
mediante su influencia o… en otras palabras meter de matute
al interesado o a un familiar en lo que se tercie y que sea
de promoción oficial y pública.
Hay mucha gente que se la da de periodista pero que usa ese
término para su provecho propio en vez de utilizarlo en lo
que de verdad es el destino de las informaciones. Utiliza
tal condición para escribir artículos en defensa de su
supuesto honor mancillado; de unos derechos propios
inexistentes; de unos deseos largamente perseguidos pero no
obtenidos porque no entran dentro de la moderación y la
justicia.
Esta clase de gente se parapeta en su condición de víctimas
para exprimir el limón hasta dejarlo como la piel bacalao
totalmente seca y aún quiere ir más allá. Con el
acumulamiento del jugo se construye su propio carácter ácido
y que sólo conduce a hacerlo más agrio y fermentdo que a
nada llega.
Sí es de recibo que si se sienten humillados, o simplemente
descontentos por la actitud de cierta persona o autoridad, o
si se creen insuficientemente compensados por los
sufrimientos que pudieran haber tenido… ya saben que el
único camino de solventarlo es el camino que lleva a los
Juzgados. Andar ese camino parece, a la vista de lo que
hacen, descartado y prefieren manchar folios con sus fobias
contra quienes consideran culpables de los desaguisados
humanitarios.
Esa clase de gente están contra las memorias históricas que
revelan datos de cierta época, pero no están en contra de su
propia memoria histórica con ánimos revanchistas o
simplemente para obtener lucro de manera eterna.
Que retiren el saludo de quienes actúan u opinan de
diferente manera, y que conocen largamente, solo hace que
salgan retratados, quienes así lo hace, como unos seres
despreciables indignos de recibir, siquiera, una
felicitación de Navidad.
Se nota en las personas que fueron víctimas, desde luego no
todas, que se les ha subido el humo a la cabeza y ven unos
derechos, que ya están suficientemente cumplidos por otra
parte, que creen pisoteados, cuando la verdad es que el
conjunto de tales derechos ya no tiene razón de existir.
Ciertamente, el trabajo de los psicólogos y/o psiquíatras no
da resultados con este tipo de víctimas no víctimas. Muchos
tienen bien apretadas las tuercas del rencor con la vista
fija en sacar todo el jugo posible del mermado limón. Aunque
juren y perjuren que siguen una senda de altruismo, que en
realidad es inexistente, en un alarde de parecer más
victimistas de lo que son.
Tengamos la fiesta en paz. Por mi parte me olvido de esa
reunión y no miraré a las víctimas como tales, sino como
ciudadanos corrientes que son en realidad. No estamos en
zona siciliana y la “vendetta” no es buena consejera. Suele
retorcer las mentes.
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