Ignoro, naturalmente, si Osama Ben
Laden sigue vivo como acaba de afirmar un alto responsable
norteamericano o si, como señalara Benazhir Buhtto no mucho
antes de ser asesinada, había fallecido en un hospital de
Pakistán. En cualquier caso su herencia, Al-Qaïda-La Base,
fundada bajo cobertura de los servicios de inteligencia
paquistaníes y saudíes (auspiciados por la CIA, como táctica
insurgente irregular contra la invasión soviética de
Afganistán en 1979), sigue en pie, transmutándose bajo otras
banderas terroristas de conveniencia a lo largo del mundo y,
lo que es más preocupante aun, inspirando un terrorismo
autónomo e independiente, “anarquizante”, en Occidente
principalmente.
Con todo el ambivalente concepto de “yihad” (esfuerzo
personal-esfuerzo en el camino de Alláh/Dios-guerra santa),
está empezando a ser siendo cuestionado desde las mismas
filas del salafismo yihadista, en un proceso salvando las
distancias al vivido en su momento en el País Vasco con los
“polimilis” de ETA y que les llevó a condenar los métodos de
la misma, abriéndose a la vida política; también fue ese el
caso en Marruecos de la “Chabiba Islamiya”, (Juventud
Islámica), muchos de cuyos componentes son ahora respetables
diputados en el Parlamento. En los últimos tiempos, varias
grietas se han abierto en el seno del apoyo ideológico al
terrorismo yihadista: así a mediados de octubre Sarfaraz
Naemi, responsable del Consejo de Ulemas Unidos (MUC) de
Pakistán, que agrupa a religiosos sunníes y shiítas,
promulgaba una “fatwa” (edicto religioso dictaminado por
expertos, basándose en la Sharía o Ley Islámica) condenando
los atentados suicidas, declarándolos fuera de la ley y
prohibiéndolos expresamente. Pero lo más importante en la
lucha antiterrorista contra el terrorismo de matriz
islamista, han sido otros dos posicionamientos: primero el
de una amplia mayoría de la comunidad musulmana, liderada
por un amplio espectro de países moderados, apartándose y
condenando sin ambages los métodos terroristas de “Al-Qaïda”
y otros grupos satélites (como por ejemplo Al Qaïda en el
Maghreb Islámico, AQMI y la Yamáa Islamiya de Indonesia);
segundo y ya dentro de las propias filas de la organización
terrorista, la disidencia de uno de sus principales
ideólogos y fundador, el doctor Sayyid Imam al-Sharif
(apodado como Dr. Fadl), autor en su momento de dos libros
justificando la guerra santa e impulsor de la ideología “takfir”,
que a finales del año pasado colgaba en Internet una nueva
publicación, “Racionalización de la Yihad”, acotando ésta en
el plano defensivo, condenando expresamente los métodos
terroristas de Al-Qaïda instando a su cese y calificando a
Ben Laden y al-Zawahiri de “inmorales”. Apenas tres meses
más tarde, al-Zawahiri (también egipcio y cirujano, además
de segunda cabeza de Al-Qaïda, por delante del tercero y
eventual sucesor al frente de la organización terrorista,
Abou Yahia al-Libi)) renueva sus amenazas revolviéndose
contra la “traición” de al-Sharif, justificando las masacres
en nombre Dios con otro libro, “La Absolución” (mi edición
está en francés). En otro plano el propio Osama fue
cuestionado crudamente por uno de sus antiguos admiradores,
el jeque saudí Salmam Al Oudha,
Sin duda aun nos queda un largo camino. Pero no hay mejor
cuña que la de la misma madera y el final del terrorismo
solo será posible con el apoyo -y la implicación directa- de
la comunidad musulmana.
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