El día a día comienza en una rampla adaptada a la minusvalía
de Ricardo, al que sus compañeros de Auto-taxi recogen para
traerlo y llevarlo al trabajo donde atiende las llamadas
telefónicas en la centralita. Ricardo es minusválido, vive
solo y prácticamente se desplaza a ras de suelo.
Por un destino caprichoso y que le ha jugado malas pasadas,
este hombre habita en los aledaños del hospital militar, en
una vivienda que no está adaptada a su minusvalía y en la
cual, cada jornada, le supone un calvario. Ricardo sube
diariamente las escaleras arrastrándose; increíble, pero
cierto. De vez en cuando algún vecino se aproxima para
desplazarlo hacia su casa pero sino debe ascender solo, sin
ayuda, peldaño a peldaño con la fuerza de sus propios
brazos. “Cuando me separé de mi mujer, que me acusó de malos
tratos, la jueza me quitó la casa de protección oficial
adaptada a personas tetrapléjicas. Ahora vivo en casa de mis
padres y lo único que pido es mi vivienda porque me veo
acorralado sin poder vivir, ni trabajar, ni hacer nada”,
explica el ceutí Ricardo González.
Efectivamente, el domicilio en el que habita este
minusválido carece de todo tipo de facilidades para ejercer
una vida en solitario ya que, además, este ceutí se
encuentra solo, sin familiares y al que su familia más
cercana ha dado la espalda. Cada día Ricardo asciende las
escaleras a rastras y deja su silla de ruedas, ese pan de
cada día, en la puerta de su casa amarrada con una cadena.
Los vecinos son quienes le ayudan a subirla, si se da el
caso. De lo contrario, se las deberá apañar solo teniendo
estudiado cada movimiento, precavido y azaroso, para acceder
al hogar. Aunque dentro de él la vida es todavía más dura.
La frialdad de sus paredes, el ambiente de soledad que se
respira y las malas instalaciones de la vivienda no son nada
recomendables para la situación de Ricardo. “La silla de
ruedas no entra por la puerta del cuarto de baño con lo cual
me tiro al suelo e intento lavarme con toallas, tiendo en
los palos de la fregona y lavo la ropa a mano, en una
palangana con agua porque no llego al lavabo”, confiesa.
Tiene 54 años, ha padecido más de un accidente en el portal
de la casa y “mis hijos me vuelven la espalda. Necesito una
persona que me ayude, me suba, me baje y no tengo a nadie. Y
además con lo poco que cobro ni siquiera me da para pagar la
pensión que tengo que pasar por los críos. Y todo ello a
raíz de la sentencia de la jueza”, lamenta.
Antes de que todas las desgracias llegasen juntas, este
hombre trabajaba en la ONCE vendiendo cupones pero “perdí el
trabajo porque no podía valerme por mí mismo y no se podían
hacer cargo de mi situación”. Una situación que le ha venido
dada desde 2005 y que ha denunciado, pero Ricardo alega que
“estuve en el Ayuntamiento, reclamé en Asuntos Sociales y me
enviaron a la Cruz Blanca y ahora he solicitado una casa
pero no creo que me la den”.
Perdió su vivienda adaptada a sus necesidades, a sus seres
queridos y a este ceutí apenas le quedan ganas de vivir.
Pero su lucha consiste en la vivienda porque cree que las
injusticias se deben reclamar.
“Mi antigua casa, en la Avenida de Madrid, me la dieron por
necesidad porque soy inválido desde los tres años. Después
de la denuncia por los malos tratos, estuve en la cárcel y
cuando salí de ella los de la ONCE me querían enviar a
Algeciras y dije que no, porque evidentemente estoy
limitado. Lo que cobro son 696 euros y ahora me ha venido
una orden de embargo del sueldo del juzgado, porque no paso
la manutención a mis hijos de 350 euros. No lo puedo
afrontar porque entonces me quedo sin nada para vivir”.
Ricardo González desayuna, almuerza y cena en la calle. No
debería trabajar ya que consta en un parte médico que
acredita la debilidad de sus huesos. No recibe ayudas
económicas porque tiene un empleo pero, ¿y la ayuda
humanitaria?. Ricardo las desconoce porque vive una
situación de abandono, de ignorancia, con movilidad reducida
y desconoce las prestaciones sociales que existen en la
ciudad por esa depresión y ese estado de melancolía que
invade su día a día y cuya tristeza queda reflejada en sólo
unos instantes cuando se observa su mirada perdida.
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