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OPINIÓN - VIERNES, 14 DE NOVIEMBRE DE 2008

 

OPINIÓN / EL OASIS

Díaz y su bovarismo
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Hace muchos años, cuando decidí retirarme de los banquillos, en plena madurez y sin que me faltara trabajo, me dio por regentar un negocio en la plaza del Teniente Ruiz. Y a él solían acudir casi todos los entrenadores cuyos equipos arribaban a la ciudad para enfrentarse a la Agrupación Deportiva Ceuta o al Imperio.

En el Pub Tokio, que así se llamaba el establecimiento, mantuve conversaciones con muchos compañeros que no se explicaban aún los motivos por los cuales dije un día que ya no entrenaba más. Y a casi todos les respondía lo mismo: creo que hace tiempo que debía estar entrenando en Primera División; y en vista de que ello no me ha sido posible, he decidido que lo mejor es retirarme antes que arrastrarme por una categoría que no me produce estímulos necesarios para continuar en el tajo.

Cuando algunos entrenadores, los que menos conocimientos tenían acerca de mi forma de ser, mostraban cierta extrañeza ante la contestación, les tranquilizaba: inmediatamente les decía que a lo mejor yo padecía de bovarismo; y, a renglón seguido, les aclaraba lo que significaba el vocablo. Estado de insatisfacción debido al desajuste entre la alta concepción de sí que tienen algunas personas y sus condiciones reales.

Porque entonces, entre los años setenta y ochenta, estaba convencido de estar preparado ya para ocupar un sitio en la División de Honor del fútbol español. Y, como algunos directivos de esa categoría, unas veces por hache y otras por be, siempre ponían pegas a mis méritos cuando se trataba de contratarme, me dio por pensar que a lo mejor era yo el equivocado al valorar demasiado mis cualidades. Con lo cual podría estar cayendo en un estado de bovarismo puro y duro.

Así que decidí retirarme de una profesión en la que podía haber estado ganando muchísimo más dinero, durante algunos años, que lo que a partir de mi retirada pude ganar. Créanme que las diferencias eran astronómicas. Había que echarle mucho valor al asunto, pero era necesario para no acabar yendo de ciudad en ciudad con el norte perdido y buscando siempre excusas a una falta de ilusión que ya había brotado con toda su fuerza.

José Enrique Díaz, cuando militaba en el filial del Betis, fue uno de los entrenadores que pasaron por el Pub Tokio; tal vez porque su equipo estaba alojado en el Hotel Ulises. Y me lo presentó el masajista, cuyo nombre se me ha olvidado con el paso de los años. Era un Díaz muy joven, repleto de ilusiones y con la esperanza de ser, más pronto que tarde, entrenador del primer equipo.

Recuerdo, no sé si él tiene tan buena memoria, que el Imperio era el último clasificado, aunque sus jugadores podían reaccionar en cualquier momento. Y Díaz, dejándose llevar por las circunstancias, dijo más o menos que el Imperio era pan comido. Y el filial del Betis salió derrotado por muchos goles.

Pero aquel entrenador, joven y deseoso de trabajar duramente para ser alguien en un fútbol por el que se pirraba, me imagino que aprendió la lección. Porque a partir de entonces su carrera fue meteórica e hizo trabajos realmente destacados.

Lo que no ha aprendido José Enrique Díaz es a ser director técnico. Por lo tanto, debería meditar si más que descansar un mes no le convendría dejar ese empleo. Ya que a lo mejor padece de bovarismo...
 

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