No me gustan los juegos de azar,
lo que no quiere decir que, como cada hijo de vecina, me
juegue a la primitiva y los viernes el cupón de los ciegos.
Lo hago porque según dicen la esperanza es lo último que se
pierde. A pesar de que, todo hay que decirlo, tengo la misma
esperanza en los juegos de azar, como que se me conceda el
Nobel de Literatura aunque, por supuesto, no esté en la
lista de los personajes más influyentes de esta tierra. Una
lista, que según que nombres aparecen en ella, me recuerda
algún que otro chiste de ”La Codorniz”.
Dejemos esto que, al fin de cuentas, ni me ocupa ni me
preocupa y vayamos a lo que vamos, que me he desviado del
asunto. Les decía que no me gustan los juegos de azar pero
que, a pesar de ello pues también invierto en los mismos,
aunque teniendo la seguridad que quien siempre gana es
Hacienda. Con lo cual, esto hay que reconocerlo, ganamos
todos porque, diga usted lo que diga, Hacienda somos todos.
¡Que detalle, colega!
La verdad no estoy muy de acuerdo de que Hacienda somos
todos. Un día me quise llevar un ordenador de Hacienda y se
negaron a dejármelo llevar, incluso me amenazaron que de
insistir en mi propósito llamarían a la policía. O sea que
tengo mis dudas más que razonables.
Otra vez me he ido por los cerros de Ubeda. Volvamos a lo
que les quería decir y que ya les he dicho. Y si ya se lo he
dicho, para qué lo voy a repetir, si ustedes se han
enterado. Me estoy haciendo un lío, que no sé cómo salir de
él.
Lo que les quiero decir, que lo que no me gustan de los
juegos son las apuestas. Esa costumbre, tan española de
apostar por cualquier cosa, no va conmigo. Yo no apuesto ni
porque tengo la obligación de escribir cada día.
Pero mire usted, amigo guardia, lo que son las cosas. Hace
más de un año, me hice una apuesta con un amigo que me dijo
que un hecho se iba a producir en un par de meses. Y me la
hice ante, la insistencia de mi amigo y, por supuesto,
contra mi voluntad, porque la iba a ganar sin duda alguna,
conociendo a uno de los personajes que intervendrían en el
asunto
Le aconsejé, por activa y por pasiva, que no hiciese apuesta
alguna a favor del asunto donde iba a intervenir ese
personaje, que mentía más que parpadeaba a sus ojitos no
paraban ni una décima de segundo. Insistió, a pesar de mis
buenos consejos en hacer la apuesta, y fue tal su
insistencia que no tuve más remedio que aceptarla. Nos
jugamos una cena.
La cena, por supuesto, la he ganado sin esforzarme lo más
mínimo, pues lo que iba a solucionar ese engaña tontos con
balcón a la calle en un par de meses, ha pasado cerca de año
y medio y el asunto sigue sin solución alguna. Lógico, en
cuanto el encargado de solucionarlo es ese patético
personajillo, al que nadie conoce mejor que el menda lerenda.
O sea que diga lo que diga el mundo mundial los jóvenes y
las jovenas, al único que no puede engañar es al menda.
Cena a base de mariscada y aunque me suba el colesterol, lo
doy por bien empleado. A mi no me engañas, colega. Gracias
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