Todo pachorra, eminencia arquitectónica mundial, el
Premio Pritzker de 1992 Álvaro J. de Melo Siza (Matosinhos,
Oporto, 1933) da la impresión de no alterarse con casi nada.
Al autor de la Manzana del Revellín, antidivo, no parece
emocionarle más que su cigarrillo y el café que le espera en
el interior del Parador La Muralla. Eso y, esporádicamente,
determinadas respuestas sobre la esencia de la Arquitectura,
su pasión, su vida, el arte del especialista en no ser
especialista, y sobre la Manzana del Revellín, una obra que
en determinados momentos da la impresión de tenerle harto
pero que, en el fondo, le ilusiona ver terminada: el nuevo
corazón de la “bellísima lengua de tierra que avanza hacia
el mediterráneo” que, a su juicio, es Ceuta.
Pregunta.- Hace once años que empezó todo, que usted vino
por primera vez aquí para hacerse cargo de este proyecto.
¿Aún recuerda cómo llega a sus manos la propuesta que acaba
tomando forma en la Manzana del Revellín?
Respuesta.- El Gobierno de la Ciudad me trasladó una
invitación para ocupar ese hueco que iba a dejar en el
centro de Ceuta la demolición de un edificio bello, grande y
con enormes patios. Se decidió demoler y se apostó por un
programa de índole cultural que incluía un auditorio y una
parte comercial también. Yo propuse un conjunto de edificios
a la escala de los inmuebles que lo rodean, integrado en el
tejido arquitectónico, organizado como una plaza abierta a
las calles convergentes. Fue una operación diseñada para
completar el tejido del casco histórico ceutí.
P.- ¿Esas fueron las única premisas que se le dieron:
auditorio y parte comercial?
R.- No, también que tendría que tener un aparcamiento
subterráneo y que debería respetar la altura de los
edificios circundantes, pero sin condicionantes urbanísticos
que dificultasen una solución fruto del análisis del lugar.
P.- Dice usted que el arquitecto encuentra la
arquitectura allí donde trabaja. ¿Qué le inspiró de esta
ciudad?
R.- Destacaría la escala de esta parte de la ciudad: altura
de los edificios, dimensión de volúmenes... Quise hacer algo
que pareciera estar ahí desde hace mucho. En este caso el
factor de la historia del lugar no contribuyó tanto como en
otras ocasiones porque el programa era bastante distinto del
anterior contexto, que era de un cuartel de grandes
dimensiones. El color general de Ceuta, claro, blanco, ocre
muy tenue... y el carácter de la arquitectura norteafricana,
resultado de su clima, marcado por la contención de las
aberturas para que no haya mayor dificultad de tratamiento
técnico y palas de protección horizontales para evitar la
incidencia más penalizante del sol... Esas son las líneas
generales.
P.- ¿Cuánto de mal lo ha pasado usted con este proyecto?
R.- No diría que lo he pasado mal. Lo he pasado bien, pero
me he visto obligado a cambiar muchas veces de programa, sin
ponerse nunca en duda el espíritu del proyecto, que han
influido en los volúmenes y, por lo tanto, en el carácter de
la arquitectura. El más complicado de concretar fue el
referido a la calle Padilla, donde en la primera solución
ese edificio se iba a dedicar íntegramente a fines
culturales, con volúmenes y cuerpos abiertos con patios que
fragmentaban el frente sobre la calle Padilla. Me gustaba
más. Los cambios han obligado a ocupar esos pequeños patios
y han dejado esa fachada lisa. Ese ha sido el cambio más
difícil de trabajar para no dejar una cosa fuera de escala.
Esa parte pasó a comercial y ahora vuelve a pasar a
cultural, pero no se puede recuperar el concepto antiguo
porque implicaría demoliciones importantes.
P.- Ayer tuvo la oportunidad de ver en directo el estado
de la obra de la Manzana. ¿Qué le pareció?
R.- La obra, por todos esos hechos de los que ya hemos
hablado, que son conocidos, ha durado ya mucho tiempo. Ahora
se han tomado decisiones para terminarla definitivamente,
pero yo destacaría que está bien hecha. Los acabados de las
salas, los detalles... El constructor está empeñado en
seguir todas las instrucciones e interesado en terminarla
bien.
P.- ¿Cuál es la gran dificultad pendiente?
R.- Ahora hay, de nuevo, un cambio de programa, pero puede
ser perfectamente absorbido por el edificio, que está
diseñado desde su origen para poder cambiar cosas. El
programa desde el inicio, salvo en el auditorio, era muy
impreciso. El área comercial tampoco ha sufrido muchos
cambios, pero la que ha ido de comercial a cultural sí ha
soportado tendencias distintas que la han obligado a
adquirir cierta flexibilidad necesaria.
P.- Hace nuevo años a usted le dijeron que mejor dejar
aparcado el proyecto, que no servía, que era elitista y
estaba fuera de contexto. ¿Cómo se le convenció para
retomarlo?
R.- Yo quise abandonarlo todo porque me pareció que el
procedimiento iba a ser demasiado difícil, lleno de
accidentes, pero aquí hubo gente, amigos, que me animaron a
continuar, que me hicieron ver que no se podía perder todo,
que era importante hacer esto, que me hicieron sentir el
dolor de abandonar después de dedicarle mucho tiempo y
cariño a un proyecto que me contentaba mucho. La Manzana no
es un edificio, es una parte de la ciudad, de su corazón. Me
convencieron, casi como Obama... ‘We can do it!’... El hecho
es que después la evolución del proceso de nuevo rehace las
condiciones para un programa más abierto al uso de la
ciudadanía, más vivo, más centrado en su papel de punto de
convergencia de intereses culturales y de otro tipo... Para
mí supuso el equilibrio del programa para el caso histórico
de esta ciudad.
“Que la vivan”
P.- ¿Qué le gustaría que los ceutíes dijesen de la
Manzana? ¿Que es bonita o algo más?
R.- Que no digan nada, que la vivan. Estoy seguro de que así
va a ser porque incluso sin la Manzana esa parte de la
ciudad tiene una vida fuertísima durante todo el día. Aquí
todo pide vivir la ciudad al aire libre: el clima, la
concentración en un territorio muy pequeño... Ceuta es una
ciudad llena de vida y poner en funcionamiento equipamientos
como un café, el auditorio, el Conservatorio, una parte
comercial que consolide el continuo del Revellín... Todo
esto tiene que va a funcionar, va a funcionar, con
independencia de que a uno le guste más que otro, porque eso
siempre ocurre. Lo que sí tengo verificado es que la
polémica alrededor de los proyectos, con su desarrollo,
pasados unos años, refuerza su integración en la ciudad.
Algo que en un momento surge como nuevo, creando dudas,
acaba por su capacidad en el tiempo...
P.- ¿Quiere decir que polémica que la ha rodeado durante
los últimos años, con causas judiciales de por medio
incluidas, hará de la Manzana del Revellín un elemento aún
más emblemático para la ciudad?
R.- En cierta medida sí. Sobre todo porque la polémica
fortalece el interés de intervenir en una sociedad
democrática. Hay situaciones en las que, aún queriendo
intervenir, no es posible, pero en nuestro espacio sí. La
participación de la sociedad es muy importante a la hora de
concretar el resultado final del proyecto.
P.- ¿Hasta qué punto es imprescindible saber qué va a ir
dentro para completar el diseño de ese continente?
R.- Claro que lo es. Por eso cuando hablaba de la cierta
dificultad de los cambios de programa lo hacía porque la
arquitectura es el resultado de encontrar soluciones hacia
el interior pero también hacia al exterior, hacia el paisaje
o la ciudad. Hoy existe una tendencia a mi juicio muy
negativa que pasa por negar o no respetar como siempre se ha
hecho esa relación entre el interior y el exterior de un
elemento arquitectónico. Hoy la tendencia es buscar una
imagen exterior espectacular e incluso en el interior
cambiar de alturas. Es un desastre para la arquitectura y
posiblemente el mayor problema que tiene su desarrollo: la
fragmentación, la idea de especialización para el interior,
para el exterior... ¿Al arquitecto qué le queda? ¿La piel?.
P.- Usted defiende, por tanto, al arquitecto como un
profesional global, ¿no?
R.- ¡Claro! El arquitecto también es un especialista. Es el
especialista en no ser especialista, en ser capaz de
conseguir que de la intervención de distintas especialidades
resulte una imagen unitaria, legible, reconocible de su
obra.
P.- ¿Es malo que sea más importante quién ha hecho algo
que qué ha hecho realmente?
R.- Puede haber quien sea así pero para mí lo interesante es
la obra, sea quien sea su autor. La arquitectura no es una
manifestación individual ni aislada del mundo. Hay un filo
en la historia de la arquitectura y una influencia clarísima
de lugar en todos los sentidos, incluido el humano, el
colectivo y el social.
P.- Usted ha trabajado en la rehabilitación del barrio de
Chiado. ¿Es más complicado trabajar en un proyecto nuevo,
sin ataduras, o en la recontrucción de un espacio que ya
está diseñado, encajado, habitado?
R.- No diría que es más difícil. Es distinto. Para hacerlo
bien exige un conocimiento y un trabajo en equipo donde debe
haber, aquí sí, especialistas en técnicas que ya no se
practican, en el contexto histórico, en la población que
habita el espacio... No es distinto. Es arquitectura. Es
cooperar y trabajar con los materiales para hacer de nuevo
algo desde la libertad, que puede conquistarse de formas muy
distintas, en un caso y en otro, porque siempre hay
capacidad para interpretar el contexto donde se trabaja y
añadir algo. Una intervención arquitectónica, más o menos,
siempre transforma, de una forma más o menos profunda en
función de lo que signifique para la ciudad.
P.- La ciudad está aquí embarcada en un gran proyecto de
rehabilitación del barrio del Príncipe Alfonso. ¿Lo conoce?
¿Le ha sugerido algo si es que lo ha visitado?
R.- No. ¿Es un barrio nuevo?
P.- No, es un caos urbanístico donde viven más de 12.000
personas, en algunos casos sin servicios básicos, con una
carácter y una estructura muy particular
R.- ¡Ah, sí! Lo he visto, pero por el nombre no lo
identifiqué. Ahí hay una cosa muy importante: la presencia
humana. Si está degradado se puede rehacer, pero lo más
importante es mantener un sentido de comunidad o de
identidad. Y si se perdió, reponerlo. Ese fue el trabajo más
importante en el Chiado y seguramente también en el Príncipe
lo sea.
P.- ¿Qué le parece Ceuta en términos arquitectónicos?
R.- Es muy interesante por su soporte geográfico y
paisajístico. Ceuta es una bellísima lengua de tierra que
avanza hacia el Mediterráneo. Su relación con Gibraltar, con
Algeciras, que en días como hoy están tan presentes en todo;
su influencia de la arquitectura norteafricana, movida por
la historia y el clima; el cariz tan distinto que le da su
pertenencia a España y a su presencia secular, antes
portuguesa; y el eclecticismo propio de las ciudades
europeas entre la arquitectura clásica y moderna, que tras
mucha imaginación retrata la tensión entre la fuerza de la
historia y los deseos y necesidades del mundo moderno,
hablan también de la transición de la ciudad autónoma de
Ceuta.
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